lunes, 7 de julio de 2014

Dos tickets y un plano del Alcázar

Después de este fin de semana lo único material que me ha quedado, lo único que puedo tocar y que se ha quedado en mi mesilla son dos tickets y un plano del Alcázar.

Pero muchas veces me aferro a lo que se puede tocar y no a lo que vive en el mundo de lo efímero y lo impalpable. Por eso creo que sigo yendo a las ruedas de prensa y las reuniones con mi cuaderno, porque me gusta sentir que sobre el papel está el trabajo bien hecho, algo que pueda tocar y almacenar en casa como un testimonio.

Pero lo importante, nunca se puede tocar. No podemos reducir un fin de semana a dos facturas y un plano de un monumento. Porque no se puede tocar la alegría del reencuentro ni el calor del abrazo, no se puede tocar el temblor que produce una mirada inesperada, ni pueden palparse la incertidumbre ni las dudas ante una situación que te has empeñado en controlar aunque sabes que no puedes hacerlo.

No se puede, igual que no se puede guardar en papel lo que solo se lleva en el corazón, grabado a fuego de meses, ya años. Lo verdaderamente real y valioso no se puede tocar, paradojas de la vida. No vale dinero ni exige de ti más que la entrega. Lo valioso no puede tasarse ni tiene valor monetario.

No puede ser que tres papeles reflejen lo que no tiene nada de espejismo ni burbuja. ¿Cómo se guarda en un cajón el nerviosismo ante la llegada del amigo? ¿Cómo se pone por escrito la lección que te da una voz amiga en un pub mientras tú no puedes hacer otra cosa que callar? ¿Cómo se resume en una fotografía lo que es una ristra de emociones que desembocan en una partida en una tarde de domingo?

En un ticket no cabe la tristeza cuando ves marchar a las personas que quieres, ni la conversación sincera y que hace que se te escape una lágrima en la madrugada junto al río, ni un ticket puede guardar en sus líneas blancas y negras el abrazo que te hace sentir que todo sigue siendo igual aunque todo sea distinto. En el ticket no sale lo hablado a la hora de la siesta, no caben en él las bromas que te hacen olvidarte del trabajo que te has puesto como escudo para no arriesgarte, en el plano no sale el verdadero recorrido: el de los lugares que te resultan familiares, el de las frases incómodas y la impertinencia que luego te hacen pedir perdón, no salen en el mapa los dardos al corazón y las llagas sanadas por la mano que te reconforta...

No caben en un ticket los miedos a ser más tú y menos lo que crees que otros quieren que seas. No cabe en un papel el dolor, la incertidumbre, el sol de verano quemándote el cuello, el frescor del baño subterráneo del alcázar, ni la cara de sorpresa del que se encuentra por primera vez con la majestuosa sala del trono de los Reales Alcázares, ni la cerveza fresca en plena calle con la figura esbelta de la Giralda de fondo.

No cabe en un ticket el cielo estrellado de la noche de Triana, ni el sonido de la cascada del parque de María Luisa mientras haces una parada en un banco para tomar aliento... Las cosas importantes dependen no del sentido, sino del escalofrío, del olor familiar que te hace volver a casa, del sabor de una cerveza que sabe mejor en compañía, de la mirada que se cruza inesperadamente con otra entre las columnas del alcázar, del acento que te vuelve a decir que la primera vez que fuiste a Granada te dejaste allí parte de ti. Que de eso va esto: de una entrega en la que renuncias a parte de lo que eres para dejarlo en otros, en otro lugar, para siempre. Y te llevas otras muchas cosas, nuevas, que te cambian para siempre.

Hay gente a la que le debes recuerdos, apuestas, dinero, cosas en general... Pero qué grande tiene que ser alguien para que, por el hecho de haber llegado hasta ti y haberse quedado, te haya hecho una persona diferente, indudablemente mejor de lo que eras antes. Y qué grande querer ser mejor por alguien, porque se te viene esa persona a la cabeza. Qué grandes las broncas merecidas que te dejan por los suelos pero que dicen grandes verdades, qué grande la voz que se quiebra y te abre el alma para luego pedirte que abras la tuya, qué grandes aquellos que saben las tuercas que hay que apretar para que dejes de derrumbarte y empieces a levantarte.

Eso no cabe en un ticket, ni en un billete de autobús ni en una fotogalería de Facebook. Las grandes cosas, esas en las que siempre estáis vosotros, siempre me dejan rendido a la evidencia, porque ni puedo controlarlas, ni medirlas ni elegirlas. Esas grandes cosas, que viven disfrazadas de pequeños detalles, son las que se quedan ahora en mi mesilla. Gracias por venir a recordarme una vez más que Sevilla es más bonita cuando estáis en ella. Que mi casa es más cálida cuando venís a sacarme de mi cuarto, que una vuelta a casa al amanecer es un solo un suspiro si acaba con un abrazo rendido por el sueño en el que por poco caemos al suelo, que la vida... la verdadera vida no cabe en un ticket. La vida tan solo se puede guardar en el alma, y vosotros tenéis la capacidad de despertarla cuando creo que he vuelto a aniquilarla a golpe de priorizar lo equivocado.

Nos conocimos con nuestros defectos y con nuestras virtudes, y son esos defectos los que han hecho que seamos lo que somos y que estemos hoy, aquí y ahora, en esta situación, con esta pena ahogada porque ha vuelto la vida real... Solo los viajes que duelen, los abrazos que no quieres que acaben y la nostalgia que hace que tu casa se quede un poco vacía, nos demuestran que todo merece la pena. Porque lo querido se añora, y el que te quiere, aunque no quiera, te hace daño de vez en cuando. Y el que te quiere, siempre vuelve, y llega sin alardes para llenar el día gris de alegría y reconciliarte con el mundo, porque el que te quiere se menospreciará mientras te va cambiando poco a poco por dentro y te va a haciendo mejor de lo que eres. Y cuando te des cuenta, serás tú... pero con algo de esa persona ahí dentro, en el corazón, intentando impregnar todo lo que haces. Y entonces, cuando seas tú siendo también 'nosotros', podrás dar gracias a Dios por lo que tienes y por lo que ha puesto en tu camino. Y podrás volver a querer ser mejor persona porque ellos, sin duda, se lo merecen.

miércoles, 2 de julio de 2014

Testamento de verano

¿Cuántas etapas hemos cerrado y cuántas nuevas abierto? Pienso que cada vez usamos más aquello de cerrar una etapa y abrir un tiempo nuevo, y no sé si con ello somos mejores o le damos un espaldarazo a lo invertido y vivido, aunque haya salido mal.

De vez en cuando nos gusta aquello de sentir que volvemos a tener el control, y por eso nos gusta demasiado eso de recordar a todos que acabamos de cerrar una puerta. Porque Puedo. Porque quiero. Porque creo que ya era hora. Pero no te olvides de abrir la ventana, y de asegurarte de que lo que hay al otro lado es lo que quieres antes de colarte por ella.

A veces pienso si esto no va de puertas y de ventanas. Esto es una sola habitación, con muchas puertas y ventanas. Ninguna abierta de par en par pero tampoco cerrada con llave. Habrá gente que entre sin llamar y puede que se queden contigo, otras veces saldrán por la puerta, quieras tú o no. Entrarán problemas y entrará el dolor, porque quizá el dolor nunca se va de la habitación: duerme tras las paredes esperando verte caer.

Pero siempre se nos olvida entonces mirar al cielo. No en vano las lámparas más luminosas se cuelgan del techo, porque la luz siempre está arriba, esperando que la miremos para deslumbrarnos y dar claridad. La esperanza vive allá arriba, donde viven las estrellas y el sol, y cuando el dolor sale de las paredes, cuando la fatiga se filtra por el suelo, cuando la mediocridad nos cubre con un manto... Siempre está la luz.

Y esa luz se escapa también por las rendijas de las mismas puertas por las que entran los problemas, y se asoma a los alféizares de las ventanas de las decepciones, esperando darte un destello. No sé si una vez más decir que cerramos otra puerta, no sé si decir que se abre otra ventana, un tragaluz, una escotilla o un boquete en la pared mismo. Quizá esto no va de ventanas y de puertas, quizá esto va de vientos que entran y salen en esa habitación, de luz y de voces amigas y enemigas que vienen a torpedearte la cabeza y el corazón, para hacerte más fuerte o hacer que te derrumbes.

Puedes cambiar la decoración, abrir y cerrar ventanas a tu antojo, colocarte donde quieras, pero este es el espacio que tienes para sacarle el mayor partido posible. Y no olvides que hay estrellas allá arriba, y canciones que se cuelan por la ventana desde la planta de abajo. Que hay personas que entran a tomar un café, otras que pasan a dejarte un regalo inesperado y otras que vienen a arroparte cuando estás tan absorto en tu día a día que ni siquiera te das cuenta que tienes frío. Y que el frío duele.

A veces se nos olvida que respirar hondo es en sí una maravilla. O compartir una canción, o pasear escuchando el rumor de la ciudad, o picotear de un plato. Y se nos olvida que en esas cosas se nos va escapando la vida, y que cuando llegue la noche y nos paremos a pensar, abatidos, si el día ha merecido la pena... No nos acordaremos de los folios escritos, ni las labores hechas como una máquina, ni los correos enviados. Nos acordaremos de esas pequeñas cosas, y pensaremos cuál es la siguiente que queremos hacer. Y nos rendiremos al sueño... Y al despertar, a la mañana siguiente, tendremos la opción de decidir si queremos seguir abriendo puertas, cerrando ventanas, quedarnos sentados, construyendo en seco los muros de una vida que no sabemos siquiera si queremos vivir... O si, por otra parte, queremos vivir en cada una de esas pequeñas cosas, sin trazar caminos aburridos ni sentar cátedra, solo vivirlas y llenarnos poco a poco. Y peldaño a peldaño, ir trazando un mapa de pequeños momentos que puedan llevarnos a esa sonrisa que se escapa cuando el cansancio aprieta y la noche te gana en la batalla por seguir despierto.