jueves, 4 de diciembre de 2014

Y un día más, salió el sol


Nunca sabes cómo va a salir, ni estás del todo seguro que vaya a compensar. Nos gritamos mucho, odiamos a ratos, nos frustramos y vamos almacenando bajo los ojos unas ojeras que no veremos desaparecer en semanas. A eso se suma que, cada ensayo, hay que compaginarlo con estudios, trabajos, responsabilidades, mañanas y tardes de viajes en ave y esta vida mía que es, como la de Dickens, la Historia de Dos Ciudades.

Pero llega la noche, y mientras te amarras el pañuelo al cuello para ser por una noche un señor del siglo XIX, todo parece al fin consumado. Las canciones y las escenas vuelan entre aplausos y deslumbramientos de los focos, y de repente te encuentras en la puerta de la sacristía esperando a decir "Sale el sol".

Los conciertos duran y son duros. Quien crea que estaba tranquilo en Madrid perdiéndome los ensayos, que se quite la idea de la cabeza. Cada día tenía en la mente el temor de que, a pesar de llegar el miércoles, no me diera tiempo a asimilar lo que los demás habían tenido semanas para montar e interiorizar. Mentiría si dijera que me encantan los ensayos, pero quizá por la lejanía, aquí los echaba de menos. Como aquel año de La Vuelta al Mundo, este ha sido un concierto en la distancia.

Pero eso no se nota en la alegría, la de vernos reunidos de nuevo, la de que haya caras nuevas dispuestas a formar parte de esta bendita locura que es Sevilla 28. Bendita locura de amor a la música, a los conciertos en familia y a cantar unidos. Decía alguien menos cursi que yo hace unos días en Facebook que somos una familia, y no creo que haya dicho ninguna mentira. Durante un mes es como si compartiéramos piso, vamos a comprar cosas juntos, pasamos las noches entre bambalinas esperando la siguiente escena, nos reunimos por voces para repetir hasta el cansancio cada pasaje difícil... Somos una familia que se ríe y que se pelea, que se grita y luego pide perdón, una familia que comparte cuarto hasta para cambiarse de ropa y que trabaja codo con codo por un fin mayor más allá del aplauso, que miente el que diga que no le llena el corazón.

Y mejor aún fue compartirlo con aquellos que son profanos, los que no entienden ni quieren saber de Iglesia, los que se sientan con nosotros en la facultad y trabajan en equipo con cada uno de nosotros cada mañana, con aquellos amigos que se volvieron hermanos años después de aquella primera coincidencia en un monasterio de Burgos de cuyo nombre no quiero acordarme. Que por una noche nos veamos todos reunidos, como una familia mucho mayor que se deja llevar por la ilusión y la música, por el baile desenfrenado y los chistes facilones que despiertan carcajadas.

Más allá de eso... qué más dan las jornadas maratonianas de guión atascados en la escena 4, los cambios de letra a las canciones respetando la rima, los 'cou cou cou', las carreras escaleras abajo para llegar al cambio de vestuario, las ampollas que sangran por llevar demasiado tiempo sin tocar y que aún siguen aquí conmigo, los gritos y las ojeras, la discordia y el cansancio. ¿Qué importa todo eso cuando un año más lo hemos vuelto a hacer? Ahora llega lo complejo, eso de que esto no se quede en una noche, en un rato de diversión. Que esto sirva para hacer familia y para hacer comunidad, para venir todos los domingos a cantar y hacerlo con ganas, para que nos preocupemos los unos de los otros... Que esto sirva para hacer esa Iglesia viva y abierta que nos pide el Papa Francisco, y que nos olvide que mañana cuando nos levantemos, por muy mal que pinten las cosas, seguimos siendo las luces que alumbraron por un rato la parroquia, ya sin disfraces. Y que vuelve a comenzar el concierto, el de nuestra vida, cuando sale el sol.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Noviembre siempre es distinto

Otro noviembre y lo que ha cambiado todo, una vez más, desde el anterior. Vuelvo a estar deslumbrado por los neones de la ciudad: que a esto nunca termina uno de acostumbrarse... Madrid siempre es nueva para los que venimos 'de provincias', como dicen aquí, aunque hayas estado viviendo antes aquí.

Desde que he llegado me han venido un montón de recuerdos a la cabeza, recuerdos de otro yo, de otras circunstancias, de otra vida que sigue siendo la mía pero ya no la reconozco. Recuerdos de una brillante Glorieta de Bilbao que fue lo primero que vi al salir del metro con el edificio del Ocaso iluminado, de una calle Fuencarral en la que la mitad de los bares a los que iba ya no están allí, recuerdos de periodistas en antros de la Gran Vía, de unos granaínos y sevillanos muy pequeños tras las vallas del Viacrucis de la JMJ, de noches de sidra de barrica y de plaza tomada por las carpas de un movimiento que se difuminó en la niebla, como todos esos sueños que sueños son...

Todos aquellos recuerdos han cambiado. Todo es tan distinto en esta misma ciudad, que no sé si soy yo el que la ve distinta o es que realmente aquí lo nuestro es pasar, como decía Antonio Machado. Todos los recuerdos modificados menos uno. Aquella visión de la Glorieta de Bilbao: mi recuerdo más antiguo de la ciudad es el único que permanece inmutable.

Y por eso, entre otras cosas, estoy aquí. Porque en el fondo confío en la voluntad de esta ciudad de hacerme encontrar mi sitio, porque la necesito para volver a amar Sevilla cuando estoy cansado de ella, porque me hace sentir libre y útil en mi trabajo, porque me hace soñar a pesar de que me ponga trampas en el camino. Madrid se ha convertido en una palabra que para mí siempre ha significado cambio. Desde aquel autobús de vuelta del Espino hace tantos años ya, Madrid es un lugar de redención. Aquí vuelvo a empezar, regreso a lo que no me atrevo a ser, esa profesión que te consume y te desprecia. Pero amigos, no me imagino haciendo otra cosa que no sea este oficio.

Muchas veces nos han dicho que la labor del periodista es contar historias. Y lo es. Vamos por la calle mirando aquello en lo que tú no reparas, nos hacemos preguntas, levantamos la cabeza del móvil y observamos. Tenemos esa oscura e inquieta necesidad de que detrás de lo que todo el mundo ve tiene que haber algo más. Que la realidad solo es un trampantojo, y detrás de él se encuentra un festín de detalles que cuentan historias de vidas vividas al límite, de antepasados olvidados que fueron sobresalientes y de lugares que esconden secretos hermosos.

Ser periodista es ser tus ojos, tus oídos, tu olfato, tu tacto y tu gusto. Imaginaos la complicación de tener que ser todo eso y solo tener las palabras para transmitirlo. Una buena periodista, de esas que llevan años esperando un contrato que nunca llega y aún así no se rinde, me dijo una vez que tenía que llevaros a esos lugares en los que solo yo he tenido el privilegio de estar. Y tenía razón. Puedo presumir de haber estado dentro de los archivos de la Biblioteca Nacional, de haber cogido con mis manos el stradivarius único en el mundo de Sarasate, de haber esquivado las ratas entre las chabolas, de haberme metido en las casas okupas y haber desayunado con directores de cine, músicos internacionales, de haberme sentado con Barenboim a charlar en el ruedo de la Plaza de Toros de Ronda...

Porque mientras me esforzaba en contaros múltiples historias, sin querer iba escribiendo la mía. Una historia que siempre he querido que sea la de una mente inquieta aunque a veces me haya conformado; de una persona luchadora aunque a veces me haya rendido; de un eterno estudiante aunque a veces me haya creído que venía de vuelta de todo. La verdad es que no sé cuánto estaré aquí, no creo que sea para siempre. Pero lo que sé es que este es mi momento, y que el lugar de ese momento solo puede ser Madrid.

En esta ciudad demasiado grande para ser vivida soy solo una pulga, uno de millones. Aquí todo se difumina y cualquier logro revestido de proeza es solo una anécdota. Aquí no está la calma de las calles estrechas ni hay bares perfumados de rasgueo de guitarra, ni hay macetas sobre paredes blancas... Esto es la gran ciudad, la que sigue pudiendo conmigo, porque no quiere querer a nadie del todo porque sabe que acabará dejándola una vez más. Como la mayoría de los que viven aquí. Por eso quizá nunca terminas de sentirte a gusto, como en casa. Porque a Madrid le han roto tantas veces el corazón que ha dejado de creer.

Lo que sí sé es que iremos poco a poco, que aquí tengo pilares en los que apoyarme y seguir adelante, que los jefes -esos que para muchos son los que nos ponen los grilletes-, gracias al cielo, son los primeros que se encargan de recordarme que están ahí y que no me rinda. Curiosamente, todos mis jefes son vascos, esos que presumen de fortaleza y se les acusa de frialdad. Esos que un día me dijeron "adelante" y me pusieron los retos, uno a uno, de ir haciéndome mejor a base de golpes, de horarios infernales y de carreras pateándome la ciudad. Los que me hicieron correr delante de la policía y hacer guardias de ocho horas en Sol, pero también los que me mandaron a La Palma y a Londres, los que me dejaron hablar de flamenco y orquestas, los que me metieron caña y vieron en mi esfuerzo que podía llegar a portada. Y llegué.

Madrid es una de cal y una de arena. Y también me recuerda, en esos ratos que estoy solo en casa, lo que es importante y lo que no. Lo que echo de menos y lo que no, la gente que me falta y la que no. Madrid es la ciudad justa y necesaria para tomar perspectiva y, como he dicho, volver a empezar. Muchos están aquí conmigo, aunque no sea físicamente, y yo que lo agradezco. Mi casa nunca está sola, porque en cada recuerdo en el silencio, vive una parte de mí que me dejé en alguna otra parte, en otra persona, en otro momento. Y cada uno de vosotros hace que esté hoy aquí, soñando, valiente, infatigable y decidido, como me dijísteis tantas veces. Ya era hora de haceros caso.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Donde se mueve la vida

Hay lugares en los que es más fácil ser feliz. Hay lugares en los que los minutos pasan más despacio y la vida, esa que nos atormenta en el día a día con sus baches y obstáculos, se vuelve clemente contigo. Hay lugares en los que la vida se mueve sin tú darte cuenta y te sana las heridas.

Granada es un lugar para recuperar el aliento. Peregrinar a esa ciudad en la que todo es más fácil se ha convertido más en una necesidad que en un deseo. Allí se puede pensar más claramente, se puede tocar el futuro con los dedos.

Tras unas semanas de tormenta, de desgarro emocional y de nuevos caminos abiertos por sorpresa, Granada es un lugar en el que es más fácil compartir y decidir. Granada es una ciudad a la que hay que preguntar cuando soplan vientos de cambio, porque sabe responderte sin ese amor ciego y egoísta que tiene Sevilla. Mientras el Guadalquivir quiere atraparte y convencerte de que no hay mejores orillas que las suyas, el Darro te deja sentir de nuevo, te deja decidir por ti mismo.

Granada es la paradoja de los jardines del Generalife. GeneraLIFE, genera vida. La vida que no te ha sido impuesta, la vida que no viene sola ni se ocupa solo del papeleo del trabajo, sino la vida que fluye como un manantial, como una fuente nazarí y te deja que la elijas o no, que tomes un camino u otro. La vida que no se enfada si no eres valiente, porque el surtidor sigue corriendo y habrá otra oportunidad de beber de él. Granada genera vida, y quizá por aquello lloraba tanto Boabdil mirando lo que dejaba atrás. No llores como mujer, llora como hombre. Como aquel que sabe que cada vez que se pisa el suelo de Granada, la vida se torna más hermosa y no vuelves igual que fuiste.

Mucho ha cambiado todo desde aquella primera vez, hace ya tantos años... Granada es más familiar, es más mía, más tuya, más nuestra. Granada es una tarta de cumpleaños en un patio, son las seis de la mañana en el reloj y la charla que no quieres que termine, Granada es la noche buscando un cajero y la comida en familia postiza que te acoge sin pensar que seas postizo. Granada es la demostración de que en lo sencillo reside la respuesta a lo complejo, el azulejo y la yesería donde los árabes grabaron hace tiempo el sentido de la vida para que, un milenio después, tú halles la respuesta.

Granada es volver a volver, pero no a las tormentas ni a las borracheras para olvidar, sino a aquellas que quieres recordar siempre, las risas que vuelven más fáciles, unir lo mejor de Sevilla y lo mejor de Granada bajo ese mismo cielo que huele a sierra y a incienso, a azúcar tostado y a vino blanco. Granada no es el destino, es el camino. El camino que pasa por una nueva discusión en la barra de un bar, pero que esta vez no te deja el corazón lleno de odio, sino de una lección nueva que llevas contigo, para poder subir el porcentaje de ti mismo. Que si somos solo un 30% de lo que podemos ser, Granada nos da el aliento para que sigamos creciendo.

Fui a veros porque las decisiones importantes tienen irremediablemente que pasar por vosotros, porque allí los secretos pueden ser revelados. No por la ciudad, sino por aquellos que hacéis que la ciudad sea también mi ciudad, esa a la que siento que tengo que pedir bendición para alzar el vuelo. Granada no es una ciudad, es un sentimiento. Ese que se instaló en mi hace tantos años, de la mano de aquellos que este fin de semana seguían allí, recordándome que no hay presente sin el pasado, que no hay futuro sin los que sientan las bases de lo que eres en el presente. Granada es mi luz del mundo, donde todo está más claro, donde se puede ser valiente, donde te muestras a quemarropa a sabiendas de que la bala puede herirte, es ese pequeño lugar del mundo en el que los demonios no pueden entrar, y si vuelven lo hacen de frente y se enfrenta uno a ellos.

Granada ha dejado de ser el lugar en el que esconderse para empezar a ser el lugar en el que mostrarse, en el que quemar los cartuchos de una vida no vivida por completo. Granada es la ciudad que te dice adelante, que no 'atrás' -que si saca el pañuelo, es solo para decirte que tengas mucha suerte en ese nuevo viaje, en la nueva aventura que hace que te tiemblen una vez más las piernas-. Granada es la ciudad en la que viví las decepciones que me hicieron más fuerte, la ciudad que me hizo soltar lágrimas pero solo para limpiar lo malo que no me hace avanzar, la ciudad que me ha prestado a un puñado de personas que me han dado un nuevo comienzo y me han cambiado la vida.

En Granada está mi norte, el que me hace volver, el que me deja decidir, el que me deja ser más yo mismo y menos lo que otros quieren que sea, donde se mueve la vida. La vida de verdad, esa que todos llevamos dentro pero que pocas veces dejamos salir. La vida de los sueños, de los 'te imaginas que...', la del crecer a base de golpes porque levantarse es la única opción, la de 'sacar fuerzas de las fuerzas' que siempre me decías. Sevilla y Granada, Granada y Sevilla. Una me recogió cuando volvía con el alma llena de fracaso, y la otra me ha vuelto a levantar y a decirme que todo puede ser si uno quiere. Que el futuro es de aquellos que no tienen miedo, ni a la muerte que dicen por ahí. Esta vida te la dedico, Granada. Espero no decepcionarte.

lunes, 1 de septiembre de 2014

De Sarria a la Gloria



Ya lo decía Antonio Machado... Que no había camino, que solo andando se construye, y que poco a poco se va levantando el sendero desdibujado por la maleza.

Acabo de volver de una peregrinación que es mucho más que un festín de kilómetros y ampollas. Acabo de venir de un festín de la vida. En el camino se cruza todo lo que pueda existir sobre la tierra: el dolor y la alegría, el sufrimiento y el triunfo, lo pasado y lo presente, el corazón y la carne, el cielo y la tierra. Como en un espejo se replican ambas caras de la moneda que son tan complementarias como antagónicas. El camino de la Vida.

Desde Sarria a Santiago íbamos andando, sin esos alardes andaluces de tintes neobarrocos que nos gustan en carretas de plata, bordados exuberantes y escalas andaluzas de salves que cantan a una ermita blanca que flota en la marisma. El camino de la sencillez, el camino que abre todas las puertas posibles, hasta las que creías cerradas.

El camino encierra en sí mismo la paradoja de una vida completa: en el camino está la vida de la vegetación exuberante que provoca un matrix letal para esquivar la rama que viene cargada de espinos hacia la cara y la muerte de flores marchitas dejadas por peregrinos de otras tierras que rinden tributo a aquellos que subieron a los cielos en los senderos.

En el camino está la paz del río helado que convierte la tarde calurosa de agosto en una fiesta de agua y piedras que juegan a masajear las durezas mientras las esquivas, y el tormento de la lluvia que no cesa y que moja el pelo, la lluvia que cae por el rostro recordándonos que ese agua es la misma que moja a los demás peregrinos y, al mismo tiempo, es siempre distinta. El camino es la noche cerrada que nos vuelve frágiles ante la oscuridad, temerosos y desprotegidos; y es también el amanecer hermoso que juega a escaparse sobre los maizales.

Pero el camino es, sobre todo, la fiesta de lo natural tornado extraordinario. El camino hasta la fachada barroca del Obradoiro está señalado con un reguero de flechas y conchas. Flechas amarillas, de luz en el sendero oscuro de la vida que solo podemos elegir nosotros seguir. Conchas para un nuevo bautizo entre manantiales gallegos, un nuevo bautizo para darnos un nuevo comienzo que siempre arranca con un despertar antes de amanecer, cuando la noche es más oscura.

El camino es la risa que no acaba en el camino de tierra y que, como a Boski, siempre nos pilla con la boca llena, el slalom en serie de Andriu que nos devuelve a una infancia feliz en las cuestas abajo, el sonido del bastón de Espe trazando un martilleo que nos recuerda que a veces necesitamos ayuda para seguir y que no podemos vivir solos y a espaldas del que camina a nuestro lado. El camino es la cara de ojos entrecerrados del que se despierta a tu lado sobre una colchoneta tan raída como la tuya sobre el suelo -y la cucaracha que viene a darte los buenos días-, es el jadeo del que saca fuerzas de las fuerzas para afrontar la siguiente cuesta, es el racheo del pie que cojea y la voz amiga que pregunta una y otra vez cómo vas. El camino nos absorbe tanto y nos conquista de tal forma que algunos, como Pini, no quieren que acabe y siguen andando tres kilómetros más. El camino es cantarle a Marta el 'Bolero' de Ravel mientras caminas, dar la mano al que se queda atrás para que no se rinda, echar una minisiesta con pose de dignidad después de la etapa o cuando el grupo acaba y un sofá viejo nos parece un tesoro incalculable. El camino es masajes con cremas cuando las luces del albergue se apagan, conversaciones de cama a cama cuando Ana está nerviosa, estiramientos en grupo en las calles de Portomarín y cartas en la madrugada de Madrid para no caer rendidos.

El camino son las botas que nos destrozan los pies pero que son imprescindibles para seguir adelante, como todos esos baches y momentos que duelen, pero que nos hacen más fuertes. El camino es un Ribeiro, sea sumergido en las frías aguas del río o en un cuenco mientras el pulpo se enfría en la tabla de Melide. El camino es un Cristo que tiende la mano desde el madero al peregrino, un crucero que recorta las siluetas de pueblos fantasmales de piedra y una cruz de olivo colgada al pecho y traída desde el lugar donde el Dios hecho hombre nos dio la vida eterna. Es un hombre en silla de ruedas dando ejemplo en las cuestas que ascienden a Arzua y el italiano que comparte su pesto con el que está en la mesa de al lado. Es ducharte en calzoncillos para aprovechar y hacer la colada de golpe, seis horas de autobús que se pasan en un suspiro entre confidencias, es dormir poco y andar mucho, el yogur sin lactosa que siempre llega y los ronquidos que hacen temblar las paredes del polideportivo.

El camino es un coro en el que lo de menos es la procedencia: cantar unidos, unificar versiones y arrancarse a cappella, emocionarse al escuchar la voz desnuda retumbar en la nave de la parroquia de Palas de Rei. Y también es la Esperanza de Triana subiendo una cuesta toalla verde en la cabeza a los sones de la marcha de su coronación. Es cerveza fría de botellín y partidas de cartas. El camino es gloria bendita vestida del Decathlon, son mojones de carretera que señalan cada mil metros y parajes nunca soñados que nos muestran la grandeza de la creación.

Santiago es solo el principio, y el Apóstol solo el guía que nos muestra que el camino no termina. Solo acaba de empezar. Tras los reencuentros, el cariño y el dolor, volvemos con los ojos de un color verde esperanza, el alma llena de luz y las piernas fortalecidas para afrontar las cuestas más empinadas que nos tenga preparadas la vida. Volvemos agradecidos, porque en el camino no se puede ser otra cosa que uno mismo, porque los kilómetros son los mismos para todos. No hay ni escalafones, ni diferencias, ni adornos ni máscaras. Solo la verdad de la tierra que pide ser recorrida no para encontrar las torres de la catedral, sino para verse a uno mismo en su fragilidad, y escucharse a sí mismo en la respiración entrecortada del que camina a tu lado. El camino es la vida en su forma más sencilla, como un día fue creada, y por eso no podemos engañarle. Ser peregrino es rendirse a una gloria que empieza con el primer paso y que no acaba nunca, volver a la esencia de sudor y de la ausencia de distracciones, para recordarnos que somos hijos de la tierra que pisamos y del cielo que nos cobija.

lunes, 7 de julio de 2014

Dos tickets y un plano del Alcázar

Después de este fin de semana lo único material que me ha quedado, lo único que puedo tocar y que se ha quedado en mi mesilla son dos tickets y un plano del Alcázar.

Pero muchas veces me aferro a lo que se puede tocar y no a lo que vive en el mundo de lo efímero y lo impalpable. Por eso creo que sigo yendo a las ruedas de prensa y las reuniones con mi cuaderno, porque me gusta sentir que sobre el papel está el trabajo bien hecho, algo que pueda tocar y almacenar en casa como un testimonio.

Pero lo importante, nunca se puede tocar. No podemos reducir un fin de semana a dos facturas y un plano de un monumento. Porque no se puede tocar la alegría del reencuentro ni el calor del abrazo, no se puede tocar el temblor que produce una mirada inesperada, ni pueden palparse la incertidumbre ni las dudas ante una situación que te has empeñado en controlar aunque sabes que no puedes hacerlo.

No se puede, igual que no se puede guardar en papel lo que solo se lleva en el corazón, grabado a fuego de meses, ya años. Lo verdaderamente real y valioso no se puede tocar, paradojas de la vida. No vale dinero ni exige de ti más que la entrega. Lo valioso no puede tasarse ni tiene valor monetario.

No puede ser que tres papeles reflejen lo que no tiene nada de espejismo ni burbuja. ¿Cómo se guarda en un cajón el nerviosismo ante la llegada del amigo? ¿Cómo se pone por escrito la lección que te da una voz amiga en un pub mientras tú no puedes hacer otra cosa que callar? ¿Cómo se resume en una fotografía lo que es una ristra de emociones que desembocan en una partida en una tarde de domingo?

En un ticket no cabe la tristeza cuando ves marchar a las personas que quieres, ni la conversación sincera y que hace que se te escape una lágrima en la madrugada junto al río, ni un ticket puede guardar en sus líneas blancas y negras el abrazo que te hace sentir que todo sigue siendo igual aunque todo sea distinto. En el ticket no sale lo hablado a la hora de la siesta, no caben en él las bromas que te hacen olvidarte del trabajo que te has puesto como escudo para no arriesgarte, en el plano no sale el verdadero recorrido: el de los lugares que te resultan familiares, el de las frases incómodas y la impertinencia que luego te hacen pedir perdón, no salen en el mapa los dardos al corazón y las llagas sanadas por la mano que te reconforta...

No caben en un ticket los miedos a ser más tú y menos lo que crees que otros quieren que seas. No cabe en un papel el dolor, la incertidumbre, el sol de verano quemándote el cuello, el frescor del baño subterráneo del alcázar, ni la cara de sorpresa del que se encuentra por primera vez con la majestuosa sala del trono de los Reales Alcázares, ni la cerveza fresca en plena calle con la figura esbelta de la Giralda de fondo.

No cabe en un ticket el cielo estrellado de la noche de Triana, ni el sonido de la cascada del parque de María Luisa mientras haces una parada en un banco para tomar aliento... Las cosas importantes dependen no del sentido, sino del escalofrío, del olor familiar que te hace volver a casa, del sabor de una cerveza que sabe mejor en compañía, de la mirada que se cruza inesperadamente con otra entre las columnas del alcázar, del acento que te vuelve a decir que la primera vez que fuiste a Granada te dejaste allí parte de ti. Que de eso va esto: de una entrega en la que renuncias a parte de lo que eres para dejarlo en otros, en otro lugar, para siempre. Y te llevas otras muchas cosas, nuevas, que te cambian para siempre.

Hay gente a la que le debes recuerdos, apuestas, dinero, cosas en general... Pero qué grande tiene que ser alguien para que, por el hecho de haber llegado hasta ti y haberse quedado, te haya hecho una persona diferente, indudablemente mejor de lo que eras antes. Y qué grande querer ser mejor por alguien, porque se te viene esa persona a la cabeza. Qué grandes las broncas merecidas que te dejan por los suelos pero que dicen grandes verdades, qué grande la voz que se quiebra y te abre el alma para luego pedirte que abras la tuya, qué grandes aquellos que saben las tuercas que hay que apretar para que dejes de derrumbarte y empieces a levantarte.

Eso no cabe en un ticket, ni en un billete de autobús ni en una fotogalería de Facebook. Las grandes cosas, esas en las que siempre estáis vosotros, siempre me dejan rendido a la evidencia, porque ni puedo controlarlas, ni medirlas ni elegirlas. Esas grandes cosas, que viven disfrazadas de pequeños detalles, son las que se quedan ahora en mi mesilla. Gracias por venir a recordarme una vez más que Sevilla es más bonita cuando estáis en ella. Que mi casa es más cálida cuando venís a sacarme de mi cuarto, que una vuelta a casa al amanecer es un solo un suspiro si acaba con un abrazo rendido por el sueño en el que por poco caemos al suelo, que la vida... la verdadera vida no cabe en un ticket. La vida tan solo se puede guardar en el alma, y vosotros tenéis la capacidad de despertarla cuando creo que he vuelto a aniquilarla a golpe de priorizar lo equivocado.

Nos conocimos con nuestros defectos y con nuestras virtudes, y son esos defectos los que han hecho que seamos lo que somos y que estemos hoy, aquí y ahora, en esta situación, con esta pena ahogada porque ha vuelto la vida real... Solo los viajes que duelen, los abrazos que no quieres que acaben y la nostalgia que hace que tu casa se quede un poco vacía, nos demuestran que todo merece la pena. Porque lo querido se añora, y el que te quiere, aunque no quiera, te hace daño de vez en cuando. Y el que te quiere, siempre vuelve, y llega sin alardes para llenar el día gris de alegría y reconciliarte con el mundo, porque el que te quiere se menospreciará mientras te va cambiando poco a poco por dentro y te va a haciendo mejor de lo que eres. Y cuando te des cuenta, serás tú... pero con algo de esa persona ahí dentro, en el corazón, intentando impregnar todo lo que haces. Y entonces, cuando seas tú siendo también 'nosotros', podrás dar gracias a Dios por lo que tienes y por lo que ha puesto en tu camino. Y podrás volver a querer ser mejor persona porque ellos, sin duda, se lo merecen.

miércoles, 2 de julio de 2014

Testamento de verano

¿Cuántas etapas hemos cerrado y cuántas nuevas abierto? Pienso que cada vez usamos más aquello de cerrar una etapa y abrir un tiempo nuevo, y no sé si con ello somos mejores o le damos un espaldarazo a lo invertido y vivido, aunque haya salido mal.

De vez en cuando nos gusta aquello de sentir que volvemos a tener el control, y por eso nos gusta demasiado eso de recordar a todos que acabamos de cerrar una puerta. Porque Puedo. Porque quiero. Porque creo que ya era hora. Pero no te olvides de abrir la ventana, y de asegurarte de que lo que hay al otro lado es lo que quieres antes de colarte por ella.

A veces pienso si esto no va de puertas y de ventanas. Esto es una sola habitación, con muchas puertas y ventanas. Ninguna abierta de par en par pero tampoco cerrada con llave. Habrá gente que entre sin llamar y puede que se queden contigo, otras veces saldrán por la puerta, quieras tú o no. Entrarán problemas y entrará el dolor, porque quizá el dolor nunca se va de la habitación: duerme tras las paredes esperando verte caer.

Pero siempre se nos olvida entonces mirar al cielo. No en vano las lámparas más luminosas se cuelgan del techo, porque la luz siempre está arriba, esperando que la miremos para deslumbrarnos y dar claridad. La esperanza vive allá arriba, donde viven las estrellas y el sol, y cuando el dolor sale de las paredes, cuando la fatiga se filtra por el suelo, cuando la mediocridad nos cubre con un manto... Siempre está la luz.

Y esa luz se escapa también por las rendijas de las mismas puertas por las que entran los problemas, y se asoma a los alféizares de las ventanas de las decepciones, esperando darte un destello. No sé si una vez más decir que cerramos otra puerta, no sé si decir que se abre otra ventana, un tragaluz, una escotilla o un boquete en la pared mismo. Quizá esto no va de ventanas y de puertas, quizá esto va de vientos que entran y salen en esa habitación, de luz y de voces amigas y enemigas que vienen a torpedearte la cabeza y el corazón, para hacerte más fuerte o hacer que te derrumbes.

Puedes cambiar la decoración, abrir y cerrar ventanas a tu antojo, colocarte donde quieras, pero este es el espacio que tienes para sacarle el mayor partido posible. Y no olvides que hay estrellas allá arriba, y canciones que se cuelan por la ventana desde la planta de abajo. Que hay personas que entran a tomar un café, otras que pasan a dejarte un regalo inesperado y otras que vienen a arroparte cuando estás tan absorto en tu día a día que ni siquiera te das cuenta que tienes frío. Y que el frío duele.

A veces se nos olvida que respirar hondo es en sí una maravilla. O compartir una canción, o pasear escuchando el rumor de la ciudad, o picotear de un plato. Y se nos olvida que en esas cosas se nos va escapando la vida, y que cuando llegue la noche y nos paremos a pensar, abatidos, si el día ha merecido la pena... No nos acordaremos de los folios escritos, ni las labores hechas como una máquina, ni los correos enviados. Nos acordaremos de esas pequeñas cosas, y pensaremos cuál es la siguiente que queremos hacer. Y nos rendiremos al sueño... Y al despertar, a la mañana siguiente, tendremos la opción de decidir si queremos seguir abriendo puertas, cerrando ventanas, quedarnos sentados, construyendo en seco los muros de una vida que no sabemos siquiera si queremos vivir... O si, por otra parte, queremos vivir en cada una de esas pequeñas cosas, sin trazar caminos aburridos ni sentar cátedra, solo vivirlas y llenarnos poco a poco. Y peldaño a peldaño, ir trazando un mapa de pequeños momentos que puedan llevarnos a esa sonrisa que se escapa cuando el cansancio aprieta y la noche te gana en la batalla por seguir despierto.

viernes, 11 de abril de 2014

Tiempo

"No tengo tiempo" y "no puedo" creo que son frases que digo, al menos, una vez al día. Eso demuestra lo triste que quiero hacer mi vida, que no es que no me de cuenta, es que me cavo el hoyo yo solito.

Últimamente, justo después de decir esa frase, me paro a pensar si realmente no tengo tiempo. Si realmente no podría haber sacado un hueco, si no podría haber dejado de lado algo accesorio para dedicarle media hora a algo realmente importante.

El problema, como siempre, es tener una pirámide de prioridades equivocada. Hay veces que me enfrasco en el trabajo, que a ti también te pasa. Y a ti. Y a ti. Ninguno creo que seamos totalmente inocentes de no haber colocado como escudo ante situaciones la excusa del trabajo.

Trabajar está bien, pero a veces nos ocupamos con cosas que nos dan pocas satisfacciones pero que nos ocupan mucho tiempo. El tiempo ha vuelto. Lo importante es ocupar el tiempo, porque con tiempo pensamos, y con tiempo afrontamos la vida, y nos arriesgamos y tenemos tiempo para comprometernos y para luchar por lo imposible.

Pero sin tiempo, todo pasa. Se nos quedan atrás los riesgos, los encontronazos, las discusiones, las meteduras de pata.... pero también las oportunidades, las alegrías, las cosas nuevas, las conversaciones y las nuevas estampas que nos vuelven a enamorar de la ciudad.

Realmente creo que sí tengo tiempo. Tiempo para recorrer la ciudad en bici, para escuchar música sin estar tecleando al mismo tiempo, tiempo para reír y para acompañar a un amigo a un 'mandao', tiempo para decirte que te quiero.

Y será porque ahora hay gente que no tiene tiempo para mí que pienso que todo esto es absurdo. Porque, como hoy he dicho al dejar una colaboración con una revista, da igual el dinero que no haya ganado durante este tiempo... Lo que nadie me devolverá es el tiempo que he invertido en esto, ese tiempo en el que probablemente me perdí muchas cosas y dejé escapar a gente que quizá ahora se hayan ido para siempre.

Si no tengo tiempo, no tengo vida. Porque no hay risas, ni experiencias nuevas, ni nuevos ojos de lo que enamorarte, ni conversaciones en las que escuchas frases que nunca pensaste escuchar, ni paseos tranquilos viendo que lo que hay a tu alrededor es un milagro. Si no hay tiempo para hacer lo que realmente te llena el alma y no el bolsillo... ¿Vale la pena esta vida? ¿Vale la pena dejar que pasen los días sin tener ninguna historia que contar que no sea de trabajo?

El tiempo está ahí, y quizá haya que vivirlo como un torero. Como ese hombre que se mira al espejo mientras reza, traje de luces puesto, antes de salir a luchar con la muerte a la plaza. Quizá haya que dejar el traje gris y ponerse un traje de luces brillantes que digan que soy feliz y que quiero ser feliz contigo, salir al ruedo y ponerse la vida por montera, enfrentarse a la bestia que venga con bravura y lidiar capote en mano las tempestades que puedan venir, apoyarte en tus compañeros -que son tu familia- porque ellos han bajado contigo a ese infierno de arena aún sabiendo que por salvarte pueden quedarse en el ruedo... y mirar al toro, a ese destino extraño que siempre es cambiante e inesperado, a los ojos. Sin miedo, con tiempo para disfrutar de las alabanzas que vengan desde el tendido y de la música que hace de esta vida más hermosa. Con tiempo para coger al toro por los cuernos, con tiempo para preparar el siguiente paso y para saber reaccionar rápido ante los contratiempos. 

Pero sobre todo con tiempo para disfrutar de todo, de los detalles y de lo que encierra una tremenda grandeza, con tiempo para un 'tú' que ya es un 'nosotros', con tiempo para echar de menos a esas luces del mundo discretas que se esconden donde menos te lo esperas. Las que, como Dios en las casualidades, quieren pasar desapercibidos. Y dejar tiempo para dejarte sorprender, porque en cada esquina de la ciudad, de la pantalla del ordenador, en cada mensaje, espera un milagro.

Y si no tienes tiempo para ver los milagros, los prodigios, la emoción... ¿cómo vas a poder defender la alegría cuando tú ni siquiera tienes tiempo de buscarla?

lunes, 31 de marzo de 2014

Costalero

"¿Qué es lo que se siente cuando vas ahí debajo?", fue una de las preguntas que hice cuando vi que se acercaba el día. Una vez memorizados los consejos, la técnica y la posición, solo quedaba la gran pregunta: ¿Qué es ser costalero?.

Lo que viví ayer debajo de esa estructura cargada de vigas del palio de la Merced no sé si puedo describirlo con palabras. No sé si hay palabras exactas para poder llevaros allí debajo, para que podáis sentir lo que es el dolor, la concentración extrema, el miedo... y a la vez la gloria. La gloria de compartir, sobre todo, algo que es importante para los que quieres, acompañarlos y entenderlos, eliminar de tu mente los prejuicios que hayas podido construirte y vivir. Solo vivir.

Claro que hay costaleros y costaleros, pero igual que hay nazarenos y nazarenos... Igual que hay de todo en todas partes. Pero, ¿qué sentido tiene para nosotros ser costalero sin sentir algo más, sin creer en que lo que llevamos arriba es Camino, Verdad y Vida? Este fin de semana, a pesar de que fuera solo un ensayo, me ha servido para entender. Entender que lo que mueve al que carga en su cuello la devoción de un pueblo entero es algo que no es de este mundo... Y por eso la fuerza que los mantiene ahí abajo no es la física, sino la fuerza de una creencia en algo que no podemos tan ni siquiera comprender.

El palio de la Merced, en este caso, encierra un misterio indescifrable. El del poder cuando ya no puedes, cuando crees que no hay fuerza para levantar ese peso. Qué escalofrío pensar que por unas horas mueves por las calles la fe, el amor y la esperanza para llevarla a aquellos que se sienten agotados por un mundo que no para de ponerle duras pruebas. Lo que sucede allí debajo, en las bodegas de la Semana Santa, es algo que solo puede explicarse desde allí abajo.No hay adjetivos que pueda ponerle a algo que es dolor, pasión y diría que hasta una forma de vivir.

Qué penitencia añadida además la de, como el nazareno de silencio, no poder ver lo que sucede más allá de los faldones. Igual que el nazareno que no puede volverse para ver al Gran Poder porque se lo impiden sus reglas, tampoco puede el costalero ver a Dios o a su madre caminar, porque solo son sus pies, y su espalda, y su cabeza impulsada por no se sabe bien qué luz de otro mundo, los que consiguen que cada primavera se vuelva a hacer posible la maravilla. La maravilla de un Dios que, como recogen los Evangelios, va en busca de aquel que no puede o no sabe encontrarlo.

No creo que Dios vaya solo más allá de la canastilla, allí arriba. Creo que Dios va derramado en haces de luz por todo el cortejo, engarzado como un alfiler en la filigrana de una mantilla, y creo que Dios va como un destello en las piernas y en las espaldas de aquellos caminantes misteriosos que se esconden tras los respiraderos. Dios dijo "coge tu cruz y sígueme", y el costalero se echó el madero al cuello.

Por supuesto, como digo siempre: no es tan importante lo que vives como con quién lo compartes. Y allí estuvo la familia de Granada, apoyando, pendiente del que se estrenaba, atenta y arropando al que no tenía ninguna experiencia, dando el calor suficiente para eliminar los miedos y sembrar la confianza. Y el costalero nuevo se sintió más fuerte que nunca, en un mar de costales desconocidos, entendiendo los porqués y los cómos de una particular visión de esta semana de gloria que nunca imaginó vivir.

Desde allí abajo no eres consciente del tiempo y tampoco del espacio. No hay distracciones porque la calle no existe, solo el frío adoquín que marca el camino a seguir. Sé que esto es un punto y aparte. Sé que después de este domingo de emoción insostenible, inexplicable; hay un cambio radical en la manera de ver la fiesta y el dolor, la vida y la muerte, la cruz que conduce siempre a la vida y no a la muerte.

Gracias a todos los que con su voz, con su costal, con sus indicaciones, con su interés por saber cómo estaba, hicieron de la mañana de ayer una experiencia religiosa. Creo que ayer, desde allí abajo, entendí que hay otro camino que lleva hasta los cielos, un camino de sufrimiento pero también de corazones llenos, como la vida misma, pero resumida en una chicotá.

Me empeño en buscar a Dios cada Semana Santa, qué cosas, en nuevos matices de la fiesta. Creo que en eso consiste, en parte, esta semana. En reencontrarse con la luz y en hacerla tuya de nuevo. Me han echado una mano para llegar hasta la trabajadera y nunca en la vida podré agradecer lo suficiente que me hayan llevado hasta ella. Una nueva manera de entender el alfa y el omega, el comienzo y el fin, la verdad, la gloria y la penitencia.

A pesar de lo que muchos puedan pensar, puedo decir que allí abajo está Dios. Escondido, sudoroso y doliente, con los que cargan con la devoción de nuestras ciudades y la llevan a la ciudad de nuevo. Con los que consiguen que Dios, más que nunca, esté en las calles y en las plazas, camuflado de gloria barroca y de bordado. Todos los costaleros que van allí debajo no lo ven igual, pero sé que los que me llevaron a mí allí y los que me acompañaron en el camino sí. Y ahora sé que hay algo más, que hay una manera de vivir y de sentir, de creer sin ver, de sentir tranquilidad aunque el yugo se pose en el cuello, de encontrar la paz en medio del dolor. Sé que hay Dios y que cada costal lleva colgados unos sufrimientos y unas razones para estar allí. Y que, con todo eso, soportan el dolor. El mismo dolor del mundo que lleva el nazareno en sus pies descalzo y el saetero en su garganta destrozada por la noche de abril. El dolor como camino para alcanzar una gloria que ahora sé que está en cada golpe de martillo, como una llamada a recordarnos que esta fiesta sufriente es el camino tortuoso más hermoso para llegar al Paraíso.

lunes, 10 de febrero de 2014

Sal

Dicen que una pizca de sal en un buen dulce no solo no es una locura, sino que, por ejemplo, potencia el sabor del chocolate. Su efecto es incluso más poderoso en las recetas dulces que en las que llevan ya sal de por sí, como pueden ser pescados y carnes. La sal siempre potencia, aunque es inapreciable a simple vista. No puedes saber si algo lleva esos granos de mar hasta que lo pruebas.También la sal tiene el poder de arruinar cualquier plato si aparece en una cantidad exagerada.

Pues bien, en este mundo todos llevamos algo de sal dentro. Y, al mismo tiempo, nuestras relaciones son como esos alimentos que hay que potenciar con una pizca de esos cristales. En este mundo encuentras gente que te potencia, que sabe sacar lo mejor de tu "sabor" propio, el que has tenido siempre, tus puntos fuertes. Y luego hay otra gente que pretenden salar a toda costa, inundar de su condimento todo lo que tienen alrededor, aniquilando el sabor ajeno a golpe de su sabor autoritario.

Siempre he pensado que hay gente que no sabe ver ese sabor ajeno, y por eso prefiere inundarlo todo salando a conciencia. Como las sales minerales son gérmen de fertilidad en la tierra en la que crecen los frutales, también la sal es la perdición del náufrago, que a falta de agua dulce, bebe la salada y muere de deshidratación por beber agua precisamente. Maldita paradoja.

Quiero gente que ponga sal en mis conversaciones, que ponga sal en las cosas que hago, que me mejoren y me hagan crecer. No quiero a aquellos que piensan que su sal es el único sabor auténtico, aquellos que aniquilan el sabor ajeno, tan personal, de cada uno. Quiero a aquellos que me hagan grande, y no a aquellos que me hagan invisible.

Si tienes una única manera de comprender las cosas, si crees que tu forma de ver la vida es la única posible, entonces, como decía Benedetti, no te quedes conmigo. Quiero que seas no la sal que sala, sino la que adereza, la que despierta lo que hay en mí y lo lleva a un nivel superior. Si vas a imponerte, no te acerques, inténtalo con otro. Si vas a arrancar lo sembrado para sembrar lo que tú quieres, busca otras tierras.

Me cansan las fórmulas mágicas, las soluciones perfectas para cada movimiento, que sé que no existen... Me cansan los salvadores y los que te miran como a una barca varada en el océano. Creo que debe haber un lugar mejor, una red de personas en la que impere la concordia por encima del pisotón, en la que predomine la mano tendida antes que la mano que esclaviza.

Sé que hay gente que potencia tu sabor, porque la he conocido. Lo que no entiendo es esa otra gente, que siempre está esperando en el camino, dispuesta a salar sin medida. Yo intento ver lo bueno en las personas y potenciarlo, aunque no siempre me salga. Aprended a cuidar vuestra influencia y medid de vez en cuando, que no es tanto pedir, que ningún derroche es bueno, y un plato salado es un plato arruinado.