lunes, 29 de octubre de 2012

Granada tags


Muchas veces, cuando vuelvo de un viaje, y más si es tan intenso como este último, con pocos momentos para coger aire y pensar, se me vienen a la cabeza ideas en forma de tags de blog. Como temas o frases que dicen más solo dando pinceladas que exponiéndolos, como si estuviera mejor así. Ideas que pasan por mi mente, y que prefieren quedarse solo como un bombardeo doloroso y festivo de aspectos concretos. Esta es la nube de tags de este viaje.

El café antes de salir bebido en dos buches. La historia del triángulo y el paso hacia la caja china. El sol reflejándose sobre la nieve en la sierra. Los postigos de madera en las ventanas del santuario. El Paseo de los Tristes bajo el agobiante cielo espeso de nubes. El qué dirán. Los diez cigarrillos buscados en la puerta de la taberna y el porqué de la grandeza de la música de Mozart. Los gin tonics de media tarde. El pacto de no-agresión y la tregua firmada con un apretón de manos. La llovizna al bajarse del coche.

La sonrisa de los voluntarios al rememorar lo que han cambiado sus vidas. El móvil rugiendo de tanto tuitear. El #EncuentroVoluntarios. "¿Dónde coño duerme Marta?". Las medias noches preparadas a las siete de la mañana para que estuvieran tiernas. El hombre de la tarta que nos deja a Quique y a mí con las ganas. Las lágrimas en la capilla. La botella con un mensaje dentro.

La luna reflejada en los cristales del santuario al rozar la medianoche. El abrazo. La inseguridad y las siete horas de sueño que nos mantuvieron vivos todo el fin de semana. La escalera de madrugada que guarda el secreto. Bailar salsa. Los mensajes que no vinieron en una botella. Las risas en las presentaciones. La paellera que no cabía por la puerta y la cola para disfrutar de la barbacoa. La presidenta y la otra presidenta.

Las dos tartas heladas y el número 23. Ver cómo el más echao palante se pone colorao cuando le cantan el 'Cumpleaños Feliz'. El pasado y el presente. El pregonero joven de la Semana Santa y el paseo con Fidel y Loreto hasta Plaza Nueva. El compromiso y el vértigo de ver que no hay marcha atrás. "Enamorado de la moda juvenil". El encargo del obituario que llega durante la cena. La mala cara al despertar.

La desconfianza. Las conversaciones que sustituyen a las siestas por muy cansados que estemos. La vista hermosa de las cubiertas del santuario que hasta duele. Instagram. La canción en francés en el coche de vuelta. La rueda que vuelve a poner el contador a cero y que provoca que el ciclo vuelva a empezar. La conversación inesperada en el baño que pasa de una frase a 20 minutos. AS y esa nueva visión de la vida.

Compartir y sentirte parte del proyecto. La gente que pasados cinco años en silencio se convierten en una buena compañía de nuevo. La terraza de Los Jerónimos y los vellos de punta por el frío. La luz de tus ojos y tu voz que hipnotiza cuando susurras. Kaliche para todos. Cantar con la garganta destrozada. La foto-lluvia en el photocall de Galería. El sueño y la extenuación. Comprender que no hay que criticar tanto a la luz del mundo, sino empezar a meterle combustible a tu candil para empezar a dar luz tú también. Decir 'Nosotros' en lugar de 'Yo'. Cuestionar la altura de la catedral. Las estampas del Gran Poder que fueron de viaje conmigo y no volvieron.

La confianza como pilar fundamental para sentirte vivo y útil. Ser menos tajante. El frío. Los ronquidos y dormir con 'los vocales' en el cuarto. El cuaderno del Espino con mi nombre con la cubierta llena de mierda de tanto llevarlo de un lado a otro. El jardín chill-out. El americano borracho que nos suspira en la cara al pasar. La sede del Granada Hoy cerrada. La llamada a la puerta a las seis de la mañana. La melancolía del regreso. La mirada como herramienta certera de lectura del alma. Cuidar del niño.. y de la niña. Estrella de Galicia en la tierra de la dulce Alhambra. La amistad. La incomprensión. El hombro listo para ser usado. La llave y las correcciones de Shakespeare.

Granada. El reencuentro. La fachada y los cimientos. La tormenta. Las gracias al cielo por haber puesto a ciertas personas en mi camino. La paz y la inquietud. La vida. Y el último abrazo preguntando cuándo será la próxima visita. El abrazo colectivo. Y la esperanza.

martes, 16 de octubre de 2012

El bofetón de realidad de Valencia

¿Para qué estamos aquí? ¿A dónde nos llevan los caprichosos bandazos de la vida? Quizá demasiada retórica para un día de resaca de cansancio posconcierto. Acabamos de volver de Valencia, los del coro de siempre, Sevilla28. Y creo que nunca me imaginé que este concierto, después de todos los que llevamos, fuera a ser el más especial.

Nazaret es un barrio de esos que nadie quiere ver. Oculto, pasando el último puente del Turia, en una zona de terrenos bajos y rodeado por huertas que un día fueron el esplendor comercial de la zona, se muestra como una especie de suburbio con poco que ver con la cercana Avenida del Puerto o la Ciudad de las Artes y las Ciencias. En el centro de este barrio, una parroquia que lleva el nombre de la patrona de la ciudad, pero también el de una advocación que refleja muy bien a los habitantes de la zona: los Desamparados.

Llegamos allí con nuestros instrumentos, con las ganas de hacer lo que mejor sabemos hacer y, por qué no decirlo, con un poco de nudo en el estómago por lo que nos podíamos encontrar allí. Los preparativos fueron bien, adaptando el concierto al nuevo escenario, ensayos sin parar, preparación del vestuario en la "trastienda" de un colegio y retoques a la distribución para que entrásemos todos en un escenario que para 14 personas siempre se hace pequeño. Valencia, encabezada por Matute, Víctor y los postulantes, había dado todo lo que podían dar -y más aún- para que Sevilla28 fuera allí. Ya solo con entrar en los pisos donde íbamos a dormir nos dimos cuenta que aquello era algo más serio de lo que pensábamos. Habitaciones más que de hotel para nosotros, que no éramos nadie... Pagadas por una parroquia más que modesta, que nos ha tratado como reyes solo porque vamos a actuar a su barrio.

Valencia me ha tocado, creo que nos ha tocado a todos, en el fondo de nuestro ser. El bofetón de realidad ha sido tremendo, y creo que nos hemos dado cuenta de que el coro es más que música, más que el dinero que recaude -algo que aquí no importaba-, que es evangelización, que es fe viva, una muestra de lo mejor de nosotros sobre un escenario. El concierto de Valencia ha sido leer el entusiasmo de un barrio en los ojos de la gente a la que la crisis ha azotado con más fiereza, gente excluída por designio social y por castigo. Y ese entusiasmo vale más que cualquier riqueza tangible del mundo. En cierto modo, como decía San Agustín, hemos predicado con la música, una música más sencilla, muy lejos de esa música de las esferas planetarias que suponía para el Padre de la Iglesia una celestial muestra de la grandeza y la perfección de la creación.

Volvemos tocados, tocados por una música que no entiende de pentagramas, la de las risas sinceras de aquellos que en un concierto de 14 sevillanos ven un motivo para sonreír cuando todo te induce a llorar. Creo que en Valencia hemos sido misioneros, sin creernos nada, nos hemos demostrado a nosotros mismos que en las periferias de nuestras ciudades está la gente que más necesita un soplo de aliento. Y en la periferia valenciana, allí donde Víctor y Manolo tienen su campo de acción, entre prostitutas e inmigrantes, con el mundo de la droga cerniendo su oscura sombra sobre las calles del barrio, creo que hemos visto a Dios entre los muros de un colegio. Y nos ha cogido por los hombros para zarandearnos y despertarnos, para decirnos que Sevilla28 es un estandarte, pero sobre todo un sentimiento, una fórmula para sacar lo mejor de nosotros y que eso no se nos puede olvidar.

Hay que darle gracias al coro pero, las gracias que nunca dejaremos de dar son para Valencia, para aquellos que nos acogieron en su casa y nos hicieron darnos cuenta, bofetón de por medio, de que cuando ponemos toda la carne en el asador, podemos lograr grandes cosas. Que las cosas importantes no se cuentan por fajos de billetes ni por aplausos, sino por gestos. Una sonrisa de aquel que hace meses que no sonríe es el mejor logro de este coro, de este grupo de chavales acomodados que han jugado a ser misioneros un fin de semana. Que los verdaderos misioneros se quedan allí, en la plaza de Nazaret, en la casa de acogida para presos de La Punta, en el colegio en el que nosotros actuamos... Con este concierto nos llevamos un pellizco en el corazón, lo más importante sin duda. Y una conclusión, que me hizo ver Carlitos Galán esta mañana: "Que cada uno con lo que ha recibido se ponga al servicio de los demás...".

lunes, 8 de octubre de 2012

Cerrar la herida de San Lorenzo

Fueron apenas unos minutos. Quizá ni siquiera llegaran a ser cinco, un simple acercamiento, bajo la concha de mármol rosado de la parte posterior del camarín, esa que se repite en la capilla trasera de San Lorenzo, como un palio árabe y marino. Subiendo las escaleras más por obligación que por deseo, cada peldaño me conducía a una estampa que mi mente había borrado para atesorar otros momentos, quizás menos importantes.

Como un forastero en algo que es tan mío como de cualquier otro sevillano -sevillano universal, de esos que sienten Sevilla sin importar cuál ser el lugar de nacimiento que aparezca en su DNI-, me dispuse sobre la pared marmórea del camarín y observé. Y me pregunté por qué esas caras, por qué ese fuego en los ojos de aquellos que me acompañaban, por qué lo que para mí siempre había sido un tema secundario era para otros una Meca, un lugar al que acudir llueva o truene en la plaza de San Lorenzo.

Y me vi a mí mismo pensando qué significaba aquella escultura de madera, aquel retrato de Dios venerado por los siglos de los siglos. Y me vi de pequeño, subiendo al camarín más con miedo que con devoción, porque aquel hombre de madera con la cara oscura y una corona de espinas excesiva me daba más que respeto. Y me vi en los besamanos previos a la Semana Santa, con mi padre cogiéndome en brazos para alcanzar a aquellas manos torturadas por el tiempo y el humo de las velas.

Y sentí que algo me había perdido en todos estos años en los que no he visitado San Lorenzo -años en los que veía a mi familia sentir verdadera devoción mientras yo hacía caso omiso, y me iba separando poco a poco de aquella pasión familiar-, y me pregunté si sería capaz de sentir lo que sentía aquel Quique que me había puesto como única necesidad de venir a Sevilla "ir a ver al Señor". Y entonces hice una foto, y se la envié a mi padre, ese que sé que siempre ha tenido una espinita clavada por el hecho de que no me pase por la basílica. No para resarcirme con él, que ya me ha aguantado bastante con mis idas y venidas en San Lorenzo, sino porque quería mandársela. Y la respuesta de mi padre fue sencilla: "Él no te lo tiene en cuenta. Ha escogido un buen amigo para que regreses a él".Y se me escapó una lagrimilla irremediablemente, y miré la espalda de aquel hombre de madera que tenía ante mí. Y luego a Quique, y me dije a mí mismo que a veces la respuesta para un problema está en la persona que menos lo esperas, y que hace unos meses no habría ni tan siquiera adivinado que volvería por él a pisar el suelo de la basílica.

¿Quién sabe lo que ha de venir y para qué se cruzan las personas en tu camino? Creo que acabo de cerrar una de las cuestiones abiertas desde hace años, que la herida se cerró cuando Quique fue la excusa perfecta para volver a ver a Dios cara a cara. Y creo que sentí cierta envidia de aquella mirada fija, de aquel rostro que cambió completamente cuando miró al Gran Poder desde el lateral del camarín. Sentí envidia y me pregunté por qué yo no iba a verlo con lo cerca que lo tenía, cuando había gente que viajaba desde Granada un par de días con el objetivo de tenerlo más cerca solo unos minutos. Y volví a emocionarme, algo que en esta basílica nunca me había sucedido, para bien o para mal. Volví por obligación, pero creo que porque los hilos de ese plan que tienes para mí me llevaron aquella tarde de sábado hasta tu pequeña habitación al final de la escalera. Y me pediste, a través de los ojos de Quique y Jesús que me reconciliara, que volviera, que me echabas de menos, y que, como me dijo mi padre, lo pasado no me lo tenías en cuenta.