martes, 4 de septiembre de 2012

Abecedario pollúo

Llega un momento en el que se te acaban las expresiones que utilizar, las formas de reinventarte cada día, y de repente, aparece una nueva idea. Una solución válida que sale de lo más esencial que tenemos los seres humanos para comunicarnos -además de la música-, las propias letras que forman nuestras complejas palabras. "¡Un abecedario!", me dije a mí mismo después de estos cinco días en Graná y el vértigo de contar un viaje con tantos matices que temía que la mitad se me quedaran en el tintero. Una de las cosas que más me gusta de esa ciudad de los sueños es su manera de convertir las palabras en música, de darle a cada frase una entonación. Porque, al igual que en la música, el acento es el que le da a las palabras la vida y la emoción. Hasta entonces no son nada. Así que una de las opciones es contar y hacer balance de este viaje a Graná con un abecedario, un abecedario pollúo, por supuesto.

A. Este ha sido el viaje de la provincia, y la A debe ser de Alfacar. Desde el primer día nos hemos dedicado a recorrer los pueblos, y la casa de los Quesada estaba en nuestra apretada agenda. Atracón de comer y siesta en la franja de Gaza -nunca sabes de dónde puede venir el disparo que te ponga empapado de agua en pleno sueño-. Alfacar, la casa de campo con piscina que suena a rumor de acequia, y en la que las excursiones de trabajo quedan relegadas a un lado, que ya habrá tiempo de ver la acequia de Aynadamar, porque lo que toca es estar con esa gente por la que has realizado este viaje. Que Graná es su gente, esa ristra de nombres que hemos aprendido en un monaaterio de Burgos. Y lo demás, es lo de menos.


B. Sí, Graná es una de esas ciudades en las que el modelo de Botellódromo funciona. Y la mejor forma de celebrar un cumpleaños es desplazarse hasta allí después de haberse metido entre pecho y espalda una de esas tapas con las que cenas por dos euritos. Y echo de menos, en Madrid y en Sevilla, ese rollo de estar con todo el mundo, al aire libre. Y encontrarte con los de ayer y los de hoy, vaso de plástico en mano. Y si hace falta, alguno se va calentito y otros se van antes de tiempo, o llegan tarde -bien porque está en su naturaleza, bien porque se han cambiado de vestido cinco veces antes de salir-, o se apuntan en el último momento. Pero lo que importa es que estén.

C. La Chana ha sido nuestra casa y nuestro punto de partida. Que quizá la A de este abecedario debería haber sido para Ana, pero es mucho mejor explicar que ha sido nuestra anfitriona en su piso. Y que desde el primer momento, tuvimos un chófer muy familiar, unos desayunos inolvidables de los que hablaremos luego y unas vistas increíbles de una ciudad más que eterna. Y una anfitriona de excepción a la que le debemos buena parte del éxito de esta aventura. Que por unos días hemos sido compañeros de piso, Martita, ella y yo. Y que lo podría haber sido otros cinco días más. Si realmente hemos servido para traer alegría a tu verano, no sabes la alegría que tú has traído al nuestro.

D. Y hablando de Desayunos. Los de este viaje no es solo que hayan sido atípicos, es que han tenido su propia banda sonora y sus invitados especiales. Mientras Marta se mostraba con el moño en lo alto de la cabeza y a mí se me caían los párpados sobre unas ojeras cada vez más marcadas, pasaron por nuestra cocina Jose y el hermano de Anita. De fondo, lo más friki que se nos ocurría, desde Andy y Lucas a Melendi, pasando por Alejandro Sanz o Kiko y Shara. Desayunos distintos, desde luego, mientras Ana corría como una loca hiperactiva por toda la casa. Nadie tiene esa energía tan temprano.

E. Esta letra es más bien por ausencia, porque se refiere al Estrés. Estrés inexistente a pesar de que estoy cerrando etapa y que tenía que trabajar desde Graná, a pesar de que me habían ofrecido un trabajo en Caracas... Y se me ha olvidado todo a golpe de la paz que se respira en esta ciudad de calles de ensueño y acentos marcados que siempre me sacan una sonrisa.

F. Estar como en Familia, sea dónde sea. Bien sea en Alfacar, en Periate, en La Chana o en los Reden, nos hemos sentido como esos primos lejanos que rara vez vienen de visita pero a los que se les acoge con los brazos abiertos. Una especie de hijos pródigos que nunca fueron hijos, pero que en un momento se sienten como parte de la familia. Hemos estado tan acogidos que no se ha hecho raro: un día nos llamábamos Rojas, otro Martínez y otro Quesada. Y nosotros encantados con la acogida. Así debería ser de sencillo siempre.

G. En este mundo en el que parece que un plato de comida no es Gourmet si no contiene virutas de jamón ibérico, está hecho espuma o se esconde tras un nombre de tres renglones, Quique desconfiaba paseando por el centro del concepto de Pionono Gourmet. Y es normal. Eso ni es pionono ni es ná (¡Qué pollah!). Porque en este viaje me he desintoxicado de esa comida extrema y superelaborada que ha sido incapaz de superar a platos como las maravillosas migas de la madre de los Quesada, a ese pan de Alfacar que es gourmet por méritos propios o a la propia Milnoh, esa cerveza exquisita que es un brebaje mágico y suave.

H. Una de las expresiones que me he traído a Sevilla es "estar hecho peazos". Porque en ese maravilloso habla de Graná, uno no está reventao, sino hecho peazos; no tiene hambre, sino está ehmayao; no te dan por culo, sino tras tras que te dan por detrás; y todos los adjetivos intentan terminar en -illo o -ico, que así parece que están dichos solo para ti. Qué maravillosa habla que tenéis, quien os dija que no se os entiende es que no os ha escuchado bien.

I. Y por las noches, parece que no has estado en Graná si no pasas aunque sea un rato por Los Italianos en busca de un cucurucho. Y qué descubrimiento la Casata, un helado que no se sabe muy bien en qué consiste, es como el helado total hecho en plan popurrí de todo lo que se te ocurra. Recomendación del pequeño de los Quesada y un acierto total en una noche en la que descubrí que las azucenas y los lirios son lo mismo... Fíjate tú.

J. Con J empiezan dos nombres que han tenido un momento especial en este viaje. Uno es Juan, que parece que ha dejado de enfadarse con el mundo y ha decidido volver a la gente que un día fue su familia y que ha estado esperándolo para que les alegre la vida, que es lo que mejor sabe hacer. Y el segundo muchas veces se me olvida que se llama Jesús, porque solo lo llamo por su nombre cuando me pongo serio. El costalerito que ahora va de modernete, Pulido, el de las idas y las vueltas, el de las broncas trascendentales en las discotecas y las charlas en pijama en la puerta de un hotel de Madrid. Porque siempre está ahí, aunque a veces se nos olvide a ambos.

K. Kilos son los que he cogido yo, y eso que hemos subido cuestas a más no poder. Que subir al Albaicín a las dos de la tarde debería ser una prueba del triatlón, o bajar de la Alhambra con alpargatas. Pero es que, aunque suene tópico, ese rollo del tapeo y del barbacoismo rural extremo son cosas que no se pueden rechazar. Y así he vuelto a Sevilla, que como dice Rafa, llevamos una semana hidratando con frutas y gazpacho...

L. La vín. Nada resume la sorpresa y la exageración como esas dos palabras. Y es que esas exageraciones nos unen a los sevillanos y a los granaínos. Que hay que ser exagerado para que con subir a una terraza a tomar a un café ya nos creamos en el paraíso. O hay que ser exagerado para pensar que una cuesta del Realejo merece decenas de fotos porque la escalera que la recorre te hipnotiza. Pero hay que ser exagerado, porque eso significa que nos importan los detalles, y eso, amigo, es lo que forma la vida.


M. Por fin lo conseguimos: después de haber ido muchas veces a Graná y visitar la Alhambra una y otra vez, llegamos a la Mae West. Discoteca con pretensiones, por supuesto, en lo alto de una escalinata que para algún que otro chavalín seguro que es la escalera a los cielos una noche de sábado cualquiera, la Mae West no es más importante que cualquier otro sitio de cualquier lugar del mundo. Lo que lo hace diferente es con quien vayas, quien te dé una charla interesante a gritos intentando ganar en decibelios a la música, o quien te conceda un rato agradable con sabor a gintonic en su terraza bajo el manto de estrellas, en el que un cigarrillo se convierta en tres seguidos y una copa debatiendo sobre el futuro y sobre música.

N. Si en Graná hay un mirador, ese es San Nicolás. El mirador que Clinton le descubrió al mundo, la mejor puesta de sol del planeta, o al menos eso dicen. Y volver a San Nicolás parece una obligación desde que pones el pie sobre el cálido suelo de la ciudad. Pero ha habido mucho mirador esta vez, y no solo el de San Nicolás. Acercarse de noche al Paseo de los Tristes para que Marta pueda ver la hermosa nocturnidad de la Alhambra, alevosamente bella. Subir a los escalones de la catedral para contemplar la plaza de las Pasiegas, correr a la terraza de Los Jerónimos para ver el monasterio del mismo nombre, o pasear por sus calles, que son miradores de por sí, sin necesidad de altura. Que nuestras ciudades se miran desde el suelo, que no hay cielo más alto que ellas.

Ñ. Y aunque un poco forzado, la Ñ es de mañanas. Las mañanas que, a pesar de ser solo cuatro, instauraron a fuerza de anécdotas sus propias tradiciones. Esa Ana intentando bajar poco a poco la persiana de mi cuarto (que en realidad es el suyo) para que no me dé el sol en la cara mientras yo le contesto frases sin sentido, por aquello de contestarle algo. Esa hiperactividad absoluta con la que se levanta -porque yo creo que duerme con un ojo abierto, siempre alerta- y te trae un vasillo de agua, que sabe que la noche ha sido larga, y el despertar con la boca como un esparto es inevitable. Y a golpe de tradición, ahora llego a casa y busco mi vaso de agua por las mañanas. Que decirle a mi madre que me lo traiga me parece un poco abuso...

O. Quizá el más rebuscado, me he dado cuenta en este viaje que peco de un soberbio Ombliguismo urbano. ¿Que eso qué es? Más sencillo de lo que parece. Mi absoluto desconocimiento de la vida en el campo me ha hecho ver lo pictórico del discurrir de una acequia, el mejor de los sabores -el más sencillo, el del agua de un pilón, agua que seguro que si metes en una botella y envasas no sabe igual- o la maravillosa experiencia de bañarse bajo una cascada -pequeñita, eso sí, pero con fuerza-. Estoy tan centrado en la ciudad, que bañarme en una piscina viendo un campo de olivos o ver las montañas al levantarme son cuestiones absolutamente exóticas para mí. Y yo que lo lamento, porque qué maravilla la que me estoy perdiendo.

P. ¿Alguien sabe lo que es Periate? Mucha gente de Graná tampoco. Digamos que es una gran parcela donde, a modo de cortijo, viven una serie de familias ligadas entre sí a media hora escasa de la capital. Pero, como Alfacar, ese lugar desconocido también fue una parada de nuestra estancia. Acogidos por los Martínez Avecilla no sin agobios de por medio, el domingo en Periate fue una auténtica barbacoa rural, como proponía el evento. No morimos en el descenso a la cascada y, como en todos mis días felices, me quemé -parece que si no me quemo, si no acabo con heridas de guerra por el sol, es como si no hubiera estado allí-. Hasta charla periodística con el tío de Quique y Jesús hubo, él como un experimentado profesional y yo como un pupilo respetuoso que escucha atento. Y sé el esfuerzo que hicieron nuestros anfitriones por nosotros, que lo que se jugaban en septiembre no era poca cosa, pero adaptaron sus agendas para acogernos, y eso es lo más importante que han podido hacer por nosotros, el mayor sacrificio. Gracias.

Q. Es un apellido que nombro bastantes veces, que ya es habitual en este blog desde hace años, pero es que a esa familia hay que quererla o morir. Los Quesada, sí, los de la sonrisa profidén y los ojos expresivos. Los mismos de siempre, a través de tres generaciones en las relaciones Sevilla-Graná-Madrid y lo que se tercie. Y el cuñao, como dice Jose, que ya es uno más de la familia y que será una de las cosas que más echaré de menos con el traslado. Y por fin conocer a Doña Emilia en persona, lectora de mi blog, una de las más ilustres, que nos hizo unos platos de migas para caerse de espaldas. Esos Quesada del "todo saldrá bien" y del "lo que queráis vosotros", los de la mano siempre dispuesta para ayudar. La arquitecta, el médico y el maestro, qué parecidos y qué diferentes, pero qué familia entrañable e inolvidable. Se os quiere. Y mucho.

R. Y la R ha de ser de Reencuentro. No solo con esa Graná que se está convirtiendo en una obsesión como un día se convirtió Madrid, sino con la gente que hace que aquella ciudad tenga cada vez más lazos con esa capital soberbia y esplendorosa que es Sevilla -Majestuosa que decía Ele-.Y reencuentro también con mi gente, que se creían Marta y Rafa que en esta entrada los iba a obviar. Reencuentro con los que serán mi familia una vez más ahora que he vuelto a la tierra, que me llevaron en volandas a la ciudad de la Alhambra -porque si me lo pienso, no voy-, y me dieron paz y alegría. Que en este viaje no ha hecho falta pedir ayuda, Rafaé, que cuando se está con buena gente todo va sobre ruedas. Y Martita, que me iría contigo al fin del mundo, que has demostrado más que nunca que sabes defenderte y que no eres una más. Tienes coraje y vulnerabilidad a partes iguales, y eso te hace alguien imprescindible en este regreso a Sevilla.

S. Y estando en Graná, y sin olvidar que el pregonero lo es para siempre, aunque él no quiera, salió la Semana Santa. Y salió la tertulia cofrade profunda, nada menos que en el botellódromo, y entre comentarios que se me escapaban de lo frikis que eran -no os lo toméis a mal, chavales-, un par de miradas. Una para decirle a un apollardao recién conocido que mejor se largara por donde había venido, y otra en busca de una salida con destino Quique. Que ni aquello era el Tabernáculo ni el Garlochi, y que necesitaba que me sacara de aquel jardín en el que me habían metido de palios, andares de una u otra manera y años de fundación de hermandades. Y tras aquella noche, una promesa. La de abandonar mi barroca Sevilla en la semana grande un solo día para conocer la Semana Santa granaína. Pero conocerla a través de estos niños que se ponen el costal por abril al igual que nosotros nos ponemos el capirote. A través de los ojos de los que la aman.

T. ¿Y a dónde volvíamos siempre? ¿A dónde eché la última mirada antes de marcharme de Graná? A la Terraza. La tarraza de la teoría de los nombres compuestos, de las latas de Alhambra a la mañana siguiente calientes por el sol, la terraza en la que ay si las plantas hablaran... La terraza de las confesiones y el epicentro de la casa, sin duda. Que en mi cuarto era imposible porque parecía aquello el Bershka y en el de las niñas era demasiado incómodo charlar a dos alturas de litera. Y hablar del pasado, el presente y el futuro mirando a las vías del tren, que no hay metáfora tan acertada en el mundo para comparar el pasar de la vida. La terraza en la que nos daban las cinco de la mañana mientras hablábamos de la nada y el todo entre risas y llamadas, conversaciones virtuales y reales. La terraza de planear futuros viajes y comentar el presente. La terraza. Y nada más.


U. Y sonaba esa última mañana 'Ese último momento' de Alejandro Sanz en el ordenador. Que ya sabemos que nos gusta revestir el momento de la nostalgia de más nostalgia. Y con esa canción se acercaba el final, la despedida por wasap desde el autobús, las lágrimas luchando por salir y esa estación de autobús tan diáfana que hacía que a Ana se la viera terriblemente sola al otro lado del cristal. Ese último adiós a los cielos limpios, a las montañas, a las colinas de casa blancas y al castillo imponente y romántico que es la Alhambra.

V. Aunque pueda parecer imposible, sí, la V es por Voldemort. Porque Ana se convirtió en "la que no debe ser nombrada" durante una comida en el Albaicín en la que un costalerito se metió en un jardín del que no supo salir. Y es que el costalerito, como recordaba con él mismo, no es tan diferente a aquel chavalín que conocí en un espino y al que le sigo guardando un cariño especial. A pesar de que intentara asesinarnos subiendo el Albaicín con 40 grados a la sombra, el costalerito es tan personaje como entonces. Y tan cambiante. Y por esos jardines en los que se mete sin pensarlo, hay que quererlo.

X. El lugar marcado en el mapa, la X que señala el paraje donde todo vuelve a empezar. La cruz que marcada sobre los Reden señalaba el lugar del concierto de la pasada primavera, es de nuevo el punto en el que confluye todo un domingo por la tarde. Parece que la ciudad se doblega ante las campanas que señalan que la misa está próxima, y tras salir de la iglesia, todo vuelve a su cauce. Y en el bar sabes que Graná y Sevilla son lo mismo, solo que allí la cerveza va con tapa, y en Sevilla son solo botellines de Cruzcampo. Y que somos dos mundos que conviven paralelos hasta que un viaje los une y se crea la magia. Y que en esa cerveza nadie se acuerda de que eres forastero, porque eso es lo de menos.

Y. Cambiar el Yo por Nosotros. Ese es el secreto. Porque si hubiera pensado solo en mí en este viaje, nada habría sido como ha sido. Vamos todos a todos los sitios, comer mientras más personas mejor es más divertido, porque comerse unos tallarines chinos no es nada del otro mundo si no es por la compañía; y un batido de helado te lo puedes tomar en cualquier sitio de España, pero no con la gente que estaba sentada en la mesa aquella tarde. Lo importante es el Nosotros, que es lo que hace de cada momento una experiencia inolvidable y añade un nudo más a esta relación Sevilla-Granada que seguiremos alimentando en octubre a más tardar.

Z. Y acabamos donde empezamos, en La Zubia. Porque aunque no estaba su más ilustre morador, el joven @lucho_masats, la piscina con el colgador feng-shui obró el primer milagro: ver a Ele y a Juanito. Además de a Ana, por supuesto, y a Jose, que se ha ganado el título compartido de anfitrión, porque solo le faltaba quedarse a dormir. Y después de La Zubia, ya se nos habían olvidado las prisas, a mí las de Madrid y a Marta las de Sevilla. Tanto que, esperando a que llegara el autobús, no cayó una cerveza, sino dos, y se nos pasaron tres autobuses. Pero esa es la grandeza de estos viajes: desconectar tanto que llegues a olvidarte de tu vida real, olvidarte de las obligaciones y las penas, que Graná es un gran bálsamo de buena vida. Y nuestros doctores, sean Quesada, Martínez, Rojas o del apellido que sean, saben cómo tratarnos para curarnos de la rutina. Pronto necesitaremos revisión médica: os esperamos en nuestra consulta a los pies de la Giralda. No tenemos Alhambra ni tapas, pero prometemos atención personalizada y muchas risas, que es la única medicina que cura el alma.