lunes, 30 de abril de 2012

Saltar al último bote...

Es el año del Titanic y de su orquesta. Esa que se mantuvo hasta el último segundo del hundimiento tocando el himno Nearer my God to Thee. Y últimamente siento que cada reportaje, cada línea que escribo, cada compositor del que me enamoro en cada historia, es una de esas notas que suenan en la noche helada del Atlántico.

Quizá para mi más de dos años ya son suficientes. Quizá los icebergs que no paran de embestir al buque me estén dando el aviso para que suelte el violín y me monte en el bote que me lleva a una nueva vida de la que no sé nada. Pero todo viene aderezado con ese "quizá" que me hace dudar de todo.

¿Es volver a Sevilla un paso atrás? ¿Compensa una vida en la que me voy a dormir cada noche pensando que todo puede acabarse en cualquier momento? ¿Compensa escribir sobre lo más hermoso que has conocido nunca si llega un momento en el que ya no disfrutas con ello? Este barco me está poniendo a prueba. Aquí o allí estaré bajo el mismo cielo, pero quizá la tierra no me trate igual, puede que necesite cambiar de calles o volver a las mismas que ya conocí. Puede que más que nunca de este mes de mayo dependa mi vida entera.

En estos años (Dios mío, años ya...) en Madrid me he convertido en una persona más fuerte, más decidida, mejor profesional... pero por el camino me he dejado la alegría, el buen humor, demasiadas cosas hermosas y hasta el pelo. El carácter se me ha agriado hasta convertirme en alguien que me repugna a mí mismo: nunca había pedido tantas veces perdón, nunca había hecho tanto daño, nunca había dejado de lado tantas cosas que consideraba importantes... Madrid me ha convertido en alguien distinto, pero no estoy seguro de que me haya convertido en alguien mejor. Profesionalmente, probablemente sí, personalmente, lo dudo.

Recuerdo una conversación en una playa de Portugal con un amigo de pelo rizado y gorro de paja que me hizo reflexionar sobre qué quería de mi vida. Si quería consagrarme a mi trabajo y que fuera en sí mi vida, o trabajar para que me diera de comer y tener una vida fuera, formar una familia y ser feliz con las cosas sencillas. También recuerdo la charla con una compañera periodista que me dijo que huyera antes de que se hundiera el barco, que retornara a la música yo que podía, y que me hace soñar con un proyecto con un joven violonchelista con el que sé que podría hacer algo grande. Aún no sé qué quiero, pero me temo que es el momento de dar el siguiente paso hacia esa decisión. Quizá dejar de fumar, volver a escribir relatos, colaborar desde Sevilla, volver a adquirir destreza en las manos para poder tocar las obras del Superior al arpa, hacer un curso, montar en bici todos los días... quién sabe, soñar es gratis.

Y volver a escuchar todas aquellas conversaciones que me quejaba porque decía que me las contaban una y otra vez aunque ni siquiera las estaba escuchando. Y escucharlas de verdad. Y sorprenderme y recordarlas para poder aprender de ella. Y vivir, sin angustias por el futuro, sin el dolor de la supervivencia. Solo vivir.