martes, 6 de diciembre de 2011

12 meses, 12 estampas

Llega el final. No querría, pero llega. Y por el camino me dejo 12 meses de via crucis y de gloria, de momentos vibrantes y tensión. Estos son mis recuerdos, que en enero echaré de menos.

Enero: la ilusión

Ahí empezó todo. Nueva sección, nuevos compañeros, nuevo estatus. Empezaba una nueva etapa para demostrar lo que soy. En ese mes me dediqué a ubicarme, a enontrar mi lugar, a acostumbrarme a las reuniones de los lunes, a hablar con los jefes y a tomar la iniciativa. Y a descubrir que Madrid era más grande de lo que parecía.

Febrero: los primeros triunfos

Conseguía llevar hasta el final mis primeros reportajes, a acostumbrarme a la calle, a vivir en una sección en la que no hay hora de comienzo ni de fin. A acostumbrarme a no tener vida. El periodismo era mi vida y mi religión, y a partir de ahí articulaba mis escasas horas de sueño y aprendí que comer era un privilegio si podía realizarlo en un lugar que no fuera la mesa de trabajo.

Marzo: el trato

Colaboradores, especialistas, expertos, becarios. Aprendimos los distintos escalafones, esos insalvables escalones que vertebran una redacción en una pirámide inabarcable. Comenzamos a entender cómo funcionaba todo y los reportajes de Cultura vinieron a mi como algo natural. Era el comienzo de mi intención de especializarme, de abarcar ese mundo hermoso de música con el que siempre he vivido.

Abril: la caída

Mis primeros días de libranzas, que no vacaciones, aparecieron en abril. Unos días en Semana Santa y un fin de semana de Feria me reencontraron con Sevilla y con mi gente. Abril sería el mes de los sueños y del análisis: llevaba cuatro meses en la sección y tenía la sombra alargada de nuestros predecesores en el becariado pesándome sobre los hombros. No estaba haciendo lo suficiente, y eso había que cambiarlo.

Mayo: el proyecto

Mayo comenzó con fuerza. El proyecto de la web de Política nos llevó a algunos de nuestras secciones de origen a ese nuevo contenedor que iba a ser la joya de la corona de cara a las elecciones atuonómicas y locales. Una semana antes de abrir las urnas, explotó la bomba: una juventud indignada surcaba Madrid un 15 de mayo para exigir un futuro que les había sido robado. Esa misma noche comenzó la aventura de la Puerta del Sol. Luego vino el grito mudo en la jornada de reflexión, la foto de la plaza abarrotada en la portada del New York Times, los guiños a la Primavera árabe y el modelo asambleario. La bestia había salido de su cárcel y había mostrado sus garras: la clase política temblaba desconcertada. Mientras nosotros coordinábamos la información de los indignados de toda España, mis heroicas compañeras de Local hacían guardias durante 24 horas en Sol. El infierno hecho crónica.

Junio: la imagen

Reservo dos imagenes de ese primer mes de la república independiente de la Puerta del Sol. Una es la del contagio: las distintas acampadas en toda España. La otra es la de tener la noticia ante tus ojos mostrándose de manera brutal. La constitución del Ayuntamiento de Madrid me pilló en la calle Sacramento. Un solo periodista, una sola versión. Vi las porras cargar contra una masa de gente pacífica sentada a la salida de un párking, gente mayor arrastrada por los suelos, amas de casa tiradas como sacos de patatas a las aceras para despejar la calle. La noticia desnuda, la realidad descarnada ante tus ojos, y solo yo para contarlo. Aprendí de aquel día que los nervios son un cuchillo afilado para la veracidad y que no puedes dejar que te afecte lo que ves si quieres seguir adelante.

Julio: la competencia

Llegaron los nuevos becarios de verano y comenzó a vaciarse la redacción por las vacaciones. En los ojos de esa nueva generación más joven y más ambiciosa leímos una amenaza. Ellos eran los que debían sustituirnos a final de año, serían nuestros sucesores y estaban solo dos meses para jugárselo todo a una carta. Ahí comprendimos, como nos dijo un compañero, que era el momento de dejarse vencer o de seguir adelante. Menos personal y más páginas provocaban también que el trabajo fuera despiadado y sin medida. La vida del periodista, al fin y al cabo.

Agosto: el triunfo

Y llegó el Papa, y nos pilló con la redacción medio vacía. Despliegue de vértigo para cubrir los días del Pontífice en España, y petición a título personal para cubrir el Vía Crucis y la posterior procesión. Protocolo y boato para conseguir llegar hasta la grada de prensa, orgulloso, con mi acreditación colgada. Y cuando volvía el Vía Crucis tranquilo una vez entrada la noche, algo pasó. El 15-M y los peregrinos, tras varios encontronazos anteriores, se habían sentado a hablar en la Puerta del Sol. No lo dudé: me salté los cordones policiales, y corrí hacia Sol dejando a mis amigos atrás. Allí estuve viviendo aquella asamblea, viendo como el Palio de la Virgen de Regla asomaba ya por la esquina de Alcalá. La asamblea era una marisma de entendimiento, y cuando el paso pasó es tragabolas del Cercanías, se levantó como un fantasma. Aquella noche escribí desde Sol hasta las 2 de la mañana. Solo yo lo conté: las visitas en la web subieron como la espuma.

Septiembre: el paréntesis

Las mejores vacaciones de mi vida, quizá porque eran las que más necesitaba. Tras ocho meses de becariado intenso, llegaron mis nueve días de vacaciones y las desiertas playas de Portugal se me antojaron un paraíso lejano del que no querría salir nunca. También fue el momento de pensar que comenzaba la cuenta atrás: la beca iba agotándose y no había resolución alguna. El mosntruo de la incertidumbre comenzó a devorar nuestra tranquilidad.

Octubre: la oportunidad

Con el nuevo mes llegó el lavado de cara, y comenzamos a sacar un cuadernillo nuevo de Cultura y ocio los fines de semana. Metrópoli nos hacía sombra y el Cultural también, y era necesario apostar por algo nuevo. Me encargaron una sección de Clásica para cada semana, un par de temas en los que yo me muevo como pez en el agua, mis encasillamiento soñado, lo que realmente quiero contar al mundo: por qué la música no debe morir nunca, y permanecer joven por los siglos de los siglos. Llegaron las primeras felicitaciones y el peso de la responsabilidad, los dobles turnos para llegar al viernes con los deberes hechos. Una luz esperanzadora se veía al final del túnel, pero no era momento de confiarse.

Noviembre: la agonía

Lo que me preocupaba a la mitad de este noviembre lluvioso no eran precisamente las elecciones. La web estaba totalmente dominada y el trabajo solo durante el verano me había convertido en un gestor bastante eficaz de la versión digital de Madrid. Pero faltaba algo más de un mes, y las noticias económicas nos deparaban un futuro negro. La beca era un billete de ida y vuelta a nuestras ciudades, a una vida que aún no sabíamos cómo sería. Era el mes de las preguntas, de los cuchicheos en los pasillos, de compartir currículums... Era el momento de la agonía.

Diciembre: no va más

Es la última apuesta, con el riesgo del Blackjack y la inexactitud de la ruleta. El todo o la nada más absoluta. El tiempo apremia y estamos más pendientes de una llamada que de hacer todo eso que no nos dió tiempo a hacer y que ahora queremos terminar para engrosar el portafolio lo más posible. Es el mes de la cuenta atrás más cruel, del suspiro cuando compras el último abono transporte, del sueño que se rompe, de la vida que se nos escapa entre los dedos. Es el momento de la espera y de la acción al mismo tiempo: solo el destino sabe qué será de nosotros cuando den las campanadas y el 2012 entre entre deseos pedidos a las estrellas. Diciembre es el cierre de una etapa, y probablemente la apertura de otra que aún no sabemos en qué consiste...

miércoles, 30 de noviembre de 2011

La quinta noche de la magia


Cinco años: el tiempo en el que se hace una carrera (o en el que se hacía una carrera cuando no había llegado la incomprensible Bolonia). Cinco años y sigo sintiendo esa revolución por dentro segundos antes de salir a escena. A esa escena figurada, marcada por el enorme altar inamovible y por la escalinata de piedra que nos separa de una nave inmensa que este año conseguimos llenar de alientos y risas.

Cinco años de conciertos, cuatro años de ilusiones, tres años de la gloriosa fundación de Sevilla 28, dos años de ambición sin límites en forma de teatro musical y un año de masiva afluencia y de récord absoluto. Cuando comenzamos con todo esto nunca imaginamos que llegaríamos a montar algo como 'La vuelta al mundo en 80 días'. Es más que un sueño hecho realidad, es el triunfo de la emoción por encima de todo. Guiones que se escriben a 500 kilómetros de distancia, ensayos que cuadran con las agendas de 40 personas, vestuarios que salen de las agujas de madres convencidas de que esto es algo grande, decorados que son auténticas obras de arte, danzas que cuadran al milímetro en un escenario atípico y con escaleras... Es una locura que vive en nosotros y que ojalá no muera nunca.

Un concierto el de este año para reestrechar los lazos que se dañaron hace tan solo dos meses en una pelea absurda pero necesaria. En una de esas peleas que sirven para que el abrazo sea más sentido cuando acabe todo y no una sencilla e incómoda formalidad. Un concierto en el que fueron, menos de 80 días fueron para prepararlo todo, en un intento casi heroico por darle su hueco a todos aquellos que lo reclamaron. Porque a pesar de revisitar el orfanato en el que nos encerramos cuando no queremos saber nada de nadie, al final hay que proclamar a los cuatro vientos que hay que volver a mirar lo que tenemos delante y afrontarlo con alegría, y por eso nuestra conciencia nos dice:"Vois sur ton chemin". Que si gritamos "Help!" en este coro siempre hay alguien que tenga un hombro listo para consolarte, porque al fin y al cabo todos Vivimos por ella, por la música que nos lo ha dado todo y sin la que el mundo sería un infierno. Y que una vez en noviembre, cada año, nos reunimos, pero eso no significa que no estemos presentes durante el resto del año, porque a este grupo de personas se las lleva en el corazón. No nos hace falta ir a Arabia para poder sentir algo nuevo, porque hay alguien que lo hace todo nuevo por nosotros cada día y solo tenemos que seguir el dictado de nuestro espíritu para tener las fuerzas necesarias para volver al escenario un año más. Y mientras tanto, nos empaparemos de este buen ambiente que nunca falta sea en las frías mañanas de invierno o en las Summer nights que suenan a tintineo de copas y botellines entre risas. Da igual que sea una complicada partitura a cuatro voces de una profana 'New York, New York' o de una espiritual 'Oh happy day!', al final seguimos siendo los reyes, sin corona, esos que gobiernan pero no les interesa la riqueza ni el poder, solo el trabajo bien hecho. Y si algo sale mal, un Hakuna Matata puede arreglarlo todo antes de que nos demos cuenta porque, por encima de todo, somos optimistas.

Ahora que en Madrid todo acaba, que llega el frío invierno y que los Reyes me traerán este año un saco de incertidumbre atado por el lazo de la crisis, me alegro de haber compartido este momento con vosotros. No sé si habrá un próximo aunque, a pesar de las dudas, siempre lo ha habido. Quizá esa música por la que vivimos vuelva a ser mi vida a partir de enero, cuando todo lo que ahora es mi día a día se derrumbe y vuelva con las cajas de libros a cuestas, la arpita que hace un año que no suena en la consagración, la maleta llena de cd's de música clásica, el montón de mis periódicos y revistas y todas vuestras fotos. Y entonces, Dios proveerá y yo me encargaré de que provea. Gracias por este quinto éxito, por esta quinta locura que nos sale bien. Un abrazo virtual y unas gracias inmensas desde Madrid.

martes, 25 de octubre de 2011

Mayores


Sí, señores, que los años no pasan en balde. Nos hacemos mayores y cada vez tenemos un apego mayor a determinadas cosas que antes nos parecían un rollo. Los libros se convierten en una mejor alternativa para una noche tranquila que la televisión o el cine.

Antes nos levantábamos un viernes a las siete para ir al colegio y, tras un largo día con academia de inglés y múltiples actividades, aún salíamos por la noche a hacer botellón hasta ver amanecer. Ahora, si pasamos un día comiendo fuera y nos tiramos la tarde en la calle, a las diez solo queremos cenar en casita estufa de por medio y dormir plácidamente si aguantamos a ver una peli en el sofá sin quedarnos fritos.

Los años nos separan: tus amigos del cole se encasillan en sus novias, en planes de pareja en los que, irremediablemente, te sientes fuera de lugar. Y cuando no, parece imposible poner de acuerdo a nuestras agendas para encontrar un hueco. Los kilómetros nos separan gracias a los masters, los trabajos y las Erasmus en países de los que no conocemos apenas el idioma. Segunda vez que me pasa que, cuando yo bajo a Sevilla, a quien yo quiero ver ha subido a Madrid...

Por eso quizá los reencuentros, esos momentos en los que se alinean los planetas por un motivo o por otro, son un motivo de celebración. Volver al barrio, ese en el que la casa más lejana de uno de nosotros está a diez minutos, ese que puedes cruzar andando sin pensar en el coche, volver a la vida de quedar dentro de cinco minutos y no planificar tu vida con días de antelación.

Los reencuentros, fortuitos o forzados, son siempre un motivo para tirar hacia adelante y reír recordando batallitas. No nos engañemos, es lo que más nos gusta: recordar ese tiempo pasado que, a nosotros por lo menos y en ese momento, nos parece mejor. Me gustan los reencuentros porque son un desahogo en esta 'vida de mayores' que llevamos. Reencuentros con etapas ya cerradas que vuelven a reabrirse tres años después de sinsabores a golpe de marcha nupcial. Reencuentros con la música y con la algarabía de disfrazarnos durante una hora para ponernos la máscara de lo que somos y no de los que debemos ser. Reencuentros de calles de ciudad mediana y no gran metrópoli, en la que cada esquina esconde un saludo y cada calle un "¿cómo te va?".

El reencuentro físico, carnal, del beso, del abrazo, el que pasa de redes sociales y de fríos chats que dan lugar a confusión y a paranoias injustificadas. Señores, volvamos a encontrarnos, en la barra del bar o en la iglesia, en el mercado, en las tiendas y en las terrazas. Volvamos a los parques, al autobús y al lento tranvía en lugar del metro, a las calles peatonales en lugar de las avenidas atestadas de coches, volvamos a las plazas (ay 15-M, cuanto daño has hecho a los utópicos...) y a escuchar el sonido de los pájaros en los jardines. Volvamos a la vida sencilla, a la de no ponerse reloj y volver a casa solo cuando nos apetezca, a la de hacer planes sobre la marcha. Volvamos a la casa de campo tranquila con la nevera llena de carne para la barbacoa, a la playa desierta y a hacer castillos en la arena, a redescubrir la ciudad paso a paso como si el tiempo se hubiese detenido solo para nosotros... Volvamos a la esencia.

Llevo tanto tiempo pensando que me hago mayor que me he olvidado de que aún tengo la vida agarrada por los brazos mirándome a los ojos. La vida es el momento insignificante y no entiende de galas ni protocolos. Vivir es solo vivir sin pensar en lo mayor que te haces. Lo importante no son los años que tienes, sino los días que recuerdas y que el día de mañana te harán contar batallitas de nuevo, en el próximo reencuentro, en el próximo cruce, cuando menos lo esperes.

sábado, 15 de octubre de 2011

15 de octubre: la fecha del planeta

Sigue en directo la jornada de protestas del 15 de octubre en todo el mundo a través del canal de Eskup de El País. Actualización al segundo. Yo no podré estar vigilándolo, porque estaré contandooslo desde la columna de la marcha de Madrid que sale a las 12 de la mañana de Leganés, y con los que haré las seis horas de travesía. A las 18.00 nos vemos en Cibeles, y a las 20.00, de Sol al mundo.

domingo, 9 de octubre de 2011

Recuerdos en las estanterías

Limpiar el polvo es lo que tiene. Te pones a quitar libros, a tirar papeles, a reordenar teléfonos y a quitar fotos de las estanterías y te pones nostálgico. Entre foto y foto (que tengo muchas), voy limpiando en silencio cada una de las imágenes y devolviéndolas a su lugar, y mientras las mantengo en la mano se me vienen a la cabeza aquellas personas que quise traerme cuando venía camino de Madrid. Este es el álbum de recuerdos, mi bastión para soportar más de un año y nueve meses de exilio.

Feria. Bien está en sepia esta foto. Colocada en la entrada, sobre el mueble en el que dejo las llaves, está esta imagen. Es lo último que veo antes de salir de casa y lo primero que me encuentro al entrar. Es la última gran feria en la que estuvimos todos juntos. Desde entonces, cada uno ha ido tirando por un camino distinto y las reuniones de este tipo han quedado para las cenas de Navidad como algo excepcional. Por eso el sepia está bien: es un recuerdo, una batallita que contar, lo que no quita que desee con todas mis fuerzas que se repita este momento. Sí que los echo de menos, aunque ellos no lo sepan.

Periodistas. Ingenuos nosotros... estudiamos Periodismo por vocación pensando que no había nada más hermoso que trabajar en lo que te gusta y vivimos felices sin pensar en lo que vendría después. Periodistas porque así lo dice nuestro título y porque así lo sentimos de corazón, esta foto preside la segunda balda de la estantería. Es el recuerdo de un verano soleado, de una casa llena de vida, de un grifo de cerveza que no daba más de sí y de muchas, muchas risas. Compartísteis conmigo algo irrepetible, y por eso ver vuestra foto, es apostar siempre por la luz cuando el día a día solo me arroja tinieblas.

Espino. En lo alto de la estantería, junto a mis enormes catálogos de fotografía y las tazas de café, está esta foto que es una de mis favoritas. La foto no tiene nada: tres haciendo el gamba con un sombrero de paja. No tendría por qué tener más, si las dos personas que me acompañan no fueran quien son. Empezamos de manera tormentosa, discutiendo en un grupo y sin confiar en los otros, y hemos terminado montando enormes proyectos y yéndonos de viaje juntos. Sois mis hermanos medianos porque os lo habéis ganado, y por eso me encanta pensar en todo lo que hemos recorrido y lo que hemos logrado.

Caminos. Esta foto me da que pensar. Es la señal de las vueltas que da la vida, a veces para bien (Isa y Andriu con mis omnipresentes: da igual que no los veas en un mes, porque siempre están presentes) y a veces para mal. Es una pena que algunas cosas hayan acabado tan mal, y de hecho me siento idiota por no haber heho nada por arreglarlo en casi dos años. Es hora de volver, al menos de intentarlo, y volver a rememorar batallitas. Aquellas con las que tantos nos reíamos y de las que no me arrepiento.

Música. Son la música en mí. Juntos somos más, mucho más, somos un proyecto común y una mirada de esperanza al futuro. Somos una cerveza entre risas en el bar de siempre y una quedada irrevocable los domingos por la tarde. Somos Sevilla28 y no tenemos límites para ser ambiciosos. Es bonito que, a pesar de las tempestades, siempre volvamos a la calma sin dudarlo. Estais sobre la mesa del comedor, junto al ordenador -de vez en cuando, pongo nuestras canciones para creer que os oigo muy cerca-, frente a mí siempre. No puedo dejar de teneros presentes.

Sueños. Isabelita, te tengo colocada en una estantería estrecha y alargada, en la que guardo mis discos de música clásica y de jazz, para asegurarme que acudo a tí a menudo. Quizá no es esta nuestra mejor foto, ni merece ser enmarcda, pero lo que es seguro es que en esta foto solo somos nosotros. Tú y yo con esa ilusión que a veces ya no sabemos dónde la hemos dejado, con la poca vergüenza de disfrazarnos de cualquier cosa simplemente porque sí. Es una foto en la que decimos que aún tenemos muchos sueños que cumplir y muchos cafés que tomar, porque un encuentro es siempre un motivo para sonreír. Hubo un tiempo en que fuimos compañeros de batalla: es hora de que volvamos a serlo.



Esta es una muestra de mi álbum de fotos, de los recuerdos que me traje a Madrid para agarrarme a ellos como a un clavo ardiendo cuando haga falta. En cada foto, un recuerdo; en cada estantería, un momento. Quién sabe qué fotos serán las siguientes.

sábado, 8 de octubre de 2011

¿Señales del futuro?

Esta noche he visto la apocalíptica (y más mala que un dolor) Señales del futuro. La película de Nicholas Cage adolece de lo que todas las películas faltas de imaginación: nos importa más ver cómo se va a la mierda Nueva York que hacer una posible reflexión. Aquí no hay cambio climático ni eras glaciares, aquí es la muerte por la muerte, no hay nada que hacer si al sol le da por lanzar una llamarada en dirección a la Tierra. Da igual que nos hayamos puesto finos a contaminar y el Protocolo de Kioto. Como si hemos vivido en la sostenibilidad más plena: si al sol le da un siroco, exterminio que te crió.

Pero lo que más me ha llamado la atención -aunque he de admitir que me parece terrible e innecesario el accidente del metro de Nueva York en la estación de Lafayette; tan innecesaria como ver desmoronarse la Basílica de San Pedro con el Papa en el balcón y la plaza abarrotada en 2012- es la música. La primera vez que la ví, no le presté atención, pero después de un año intensivo refugiándome en la música clásica para no perder los papeles, he reconocido esa música que suena mientras vemos la aniquilación de la raza humana.

Es curioso ver la devastación más dolorosa y letal que pueda sufrir el ser humano con una música de fondo tan inapropiada (What the fuck!). Solo tiene una explicación: que en medio de la devastación hayan elegido el segundo movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven como lo más hermoso que haya podido crear el hombre. Mientras vemos el Empire State arder como si fuera de papel en un segundo (cuéntenlo, no dura más) y a los típicos tontos neoyorquinos que salen en todas las películas saquear una de las bibliotecas más importantes del mundo (ya lo vimos en El día de mañana), escuchamos el arte hecho música, una pieza de unos nueve minutos que roza la perfección pocas veces alcanzada

Entre marcianos hechos de luz, piedras negras y un papel escrito por una niña que atina más que Nostradamus, encuentro esta pieza como lo más salvable de esta película. Si el sol nos va a quemar como un soplete y vamos a acabar hechos cenizas antes de tiempo, yo no quiero saberlo. Lo que no me importaría es que lo último que escuchase fuera este movimiento de Beethoven. Si hay que morir en una barbacoa a gran escala, que la música sea buena por lo menos.

lunes, 3 de octubre de 2011

90 días: hora del cambio

Faltan 90 días mal contados. 90 días para el adiós, para seguir cerrando etapas (¿qué es la vida sino cerrar etapas para abrir otras nuevas?). 90 días no son nada, a pesar de lo que pueda parecer. Los otros nueve meses han pasado volando, en un suspiro, y ya solo queda un cuarto de esta beca.

Tal y como están las cosas, sería vivir en una utopía pensar que el 31 de diciembre no diré adiós a la redacción, por lo menos por unos años. Por eso es momento de empezar a darle vueltas, de valorar si en enero abandonaré este piso para volver a la tierra. Puede que allí no encuentre nada, pero puede que aquí tampoco.

El cambio comienza con esta nueva cara de este blog, un cambio de etapa anticipado. Es un tributo al techo de aquel Café de Indias donde empezó todo. Sabes que este blog, en parte, empezó por tí, por aquellas de capuccino negro mirando aquel techo desde aquella mesa del rincón. Allí divagábamos durante horas, y esas conversaciones, contigo y con muchos otros, las he continuado en este blog que me ha visto acabar la carrera, confirmar a los niños, triunfar con el coro, mudarme de ciudad, convertirme en periodista y tantas otras cosas que han quedado plasmadas en esta bitácora.

Quién sabe cuál será la siguiente etapa. Lo único que sé es que dejaré testimonio en estas cartas que escribo al viento. Es hora de dar lustre al currículum, de empezar a pedir referencias y de repasar idiomas. 90 días para decir adiós sin dejar de aprovechar lo que tengo ahora, sin perder un minuto en seguir sacando páginas bajo la firma de Miguel Pérez Martín. Esta es la nueva imagen del blog, y también una manera de mirar hacia delante. Quedamos en la mesa del rincón del café, que es lo único que no se mueve de su sitio aunque pasen los años. Seguid ocupando la silla vacía, el café siempre humea en la mesa esperándoos.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Las piedras de Praia da Luz

Podría haber titulado esta entrada 'Obrigado' y haber dejado que el espíritu eufórico de mi recién terminado viaje a Portugal me llevara en volandas hasta una crónica más entusiasta que reflexiva. Sin embargo, he preferido tomar la metáfora de las piedras de Praia da Luz, donde hemos estado durante seis días, para arrancar esta entrada.

En la zona más alejada de la turística (y fatídicamente recordada por la desaparición de Madeleine McCann) Praia da Luz, virando hacia el oeste en dirección a Lagos, nos encontramos una zona rocosa a la orilla del mar. En el paseo vimos primero cómo varias piedras redondeadas se apilaban formando una especie de pirámide. Creyendo que sería algo anecdótico, seguimos adelante, con la sorpresa de que sobre cada roca grande había decenas de castilletes iguales elaborados con cantos rodados. Inmóviles, desafiando a los fuertes vientos marinos, las pirámides se erguían orgullosas ante el océano.

Esas pirámides son el reflejo de este viaje. Un viaje improvisado llevado a cabo con ninguna pretensión y con muchas esperanzas. Y, como las piedras en equilibrio, los miembros participantes en este viaje son piedras que siempre han estado en la misma playa, a la espera de que alguien las reuna, y que por los devenires de la vida han acabado apiladas, unidas, formando un solo pilar que desafía a lo que haya de venir mañana. No digo que seamos un pilar indestructible sino que, como en Sevilla28, somos un grupo de personas que han tenido la suerte de coincidir en un mismo lugar y en un mismo tiempo. Cosas del destino, supongo.

Nunca imaginé que nos veríamos viviendo bajo el mismo techo durante una semana, y sin embargo, a eso hemos llegado. No niego que echaré de menos vuestras risas, que Ana se acerque con una sonrisa y te de un beso antes de irse a dormir, la continua vitalidad del Canina y ese ingenio que solo "en el barrio" podría encontrarse ("no me había yo terminado las uvas y ya iba mi colega bajando la escalera con los petardos tirándolos a las puertas de las casas: pa, pa, pa, pa..."), las discusiones y las charlas con Jose (Yoooosiiiiiii) en la que probamos a ver cuál de los dos puede ser más cabezón a la hora de defender lo que cuenta, la ilusión desbordante y apasionante de Lucho plasmada en un momento en el que te susurra desde abajo de la escalera si quieres escuchar la armonía que acaba de ocurrírsele para una canción, cuando Tere cambia de tono porque lo que te cuenta ya es algo más serio que una simple bordería gaditana (salada como el mar, ingeniosa como un pueblo que a base de palos ha aprendido a reírse de sí mismo), las charlitas cortas con tu hermano cuando ya estás rendido en la cama y a punto de cerrar los ojos (tanto los cerramos que perdiste el autobús y ninguno de los cuatro escuchamos la alarma).

Apilamos las piedras de nuestras agendas de exámenes, distintas ciudades y vacaciones y construímos una torre en un dúplex de la parte alta de Vila da Luz. Y confiamos en que el tiempo y el mar no nos llevase por delante, a pesar de que estuvimos a punto de perder el equilibrio (yo más que nadie en variados boquetes en la arena, calles empedradas y escaleras) y en que ningún animal despistado (llámese perro de la playa, llámese la desidia y nuestras ocupaciones que nos alejen) viniese a llevarse por delante nuestro osado equilibrio de una semana de lucimiento y meses de trabajo.

Como en la tarde en los acantilados de Lagos, como piedras que viajan juntas y confían plenamente en que el tiempo respete su formación, miramos al mar, a ese infinito océano hermoso y dorado por uno de los atardeceres más evocadores que he visto nunca. Y en ese océano enterramos nuestros mosqueos de última hora, nuestro humor negro y nuestras bromas que no siempre sientan bien, nuestras diferencias de edad y los distintos momentos por los que estamos pasando, enterramos nuestros demonios y sacamos a flote nuestra paciencia, nuestra esperanza, nuestro cariño y los buenos momentos. El océano nos da la luz para seguir, el aliento para olvidarnos del móvil y pensar solo en esa casa del Algarve, nuestra casa. La de la sombrilla voladora, la de aprender a liar tabaco, la del círculo de la muerte, la de hablar en portugués porque, ante todo, somos rrraudos y rrrepetitivos; la de los desayunos de una barra de pan entera en la cocina con la cara de otro, la de las barbacoas en la terraza con cinco obreros mirándote desde el andamio, la de las noches de tranquileo bebiéndose sus cubatas con los colegas...

Como las piedras, nunca nos imaginamos que alguna vez nos reuniríamos en septiembre en una playa solitaria de Portugal y que seríamos capaz de hacer de la normalidad y la naturalidad nuestras armas para aguantar la semana. He de admitir que esta semana de vacaciones ha sido la mejor de mi vida. No estoy exagerando ni me he pasado, aunque tiendo a la exageración y a recordar las cosas como yo quiero que hayan sido (¡ay, que la realidad no te estropee un buen reportaje!). Estas vacaciones han sido las mejores porque creo que este año ha sido cuando más las he necesitado, y porque me lo jugaba todo a una carta: un viaje y una sola semana para triunfar y desconectar o para fracasar y perder mi única semana libre del año. Y me lo habéis servido en bandeja de plata y he disfrutado del sabor de la victoria (que sabe a Sagres, a carne a la plancha y a agua de mar).

'Obrigado' era la palabra para esta entrada, pero han ganado las piedras y el afán de hacer algo profundo. Al final, me he puesto nostálgico y emotivo como siempre. Pero es que merece la pena emocionarse cuando se os tiene cerca, igual que es inevitable echaros de menos cuando se os tiene lejos. Las piedras se quedaron en Praia da Luz y vendrán durante meses distintos paseantes que las verán como algo curioso. Nosotros pasaremos el otoño refugiados en nuestras rutinas y en nuestras decisiones (curso nuevo, propósitos nuevos), y cuando llegue el septiembre que viene elegiremos un nuevo reto y recorremos el camino de vuelta que siempre pasa por la incertidumbre.

Este año todo comenzó con un estado kamikaze de Tuenti en el que pedía un viaje con quién sea y a dónde fuera, el año que viene habrá que seguir nuevas pistas. Lo que sé es que este año habéis sido vosotros y he sentido que en el Algarve estaba mi casa. Gracias por abrirme las puertas, por invitarme a sentarme, por recibirme con una mirada profunda y una sonrisa sincera, y por dejarme que me quede. Porque me abrísteis una puerta y entré con miedo hasta que me invitásteis a sentarme, y desde entonces, quise volver siempre a aquel sillón en el que me siento tan cómodo, en el que me siento como en casa.

domingo, 28 de agosto de 2011

Te has quedado conmigo

Corría el año 2005. Yo acababa de terminar primero de carrera y el Espino era un momento en el que me preguntaba cómo podía ser un periodista bueno para la comunidad -los médicos y los profesores lo tenían claro, pero para mí era un dilema...-. El grupo, hecho al azar, había sido un conjunto de personas que, probablemente, no seguirían hablando una vez que volviésemos a nuestras comunidades de origen. Hablábamos en el grupo, pero luego no compartíamos apenas nada una vez que salíamos del grupo. Nada que esperar.

Sin embargo, algo cambió aquel año. Montamos en el autobús de vuelta y, cosas de la vida, un asiento libre a la mitad del vehículo me llamó. Silencio al principio hasta que, tras una semana de indiferencia, al fin Andrés y yo hablamos. Hablamos de la Carlos III, de vivir en Madrid, y a mi me entró esa fiebre por la ciudad que ahora me acoge. Tú me hiciste venir a Madrid, para bien o para mal, y gracias a ti no tuve miedo a arriesgarme y pude estar donde estoy hoy.

Parece paradójico que en aquel Espino también estuviera Sergio, el chico mayor que se metía conmigo, y también Emi, la chica entonces tímida e insegura que nunca más fue. Y de su historia no hace falta hablar porque es la mía propia. Curiosamente aquel espino bajo el lema "¿Te estás quedando conmigo?" podría no haber sido nada más, un espino más del que despertar al llegar a Sevilla, cuando se rompiese la burbuja. Pero aquella semana lo desencadenó todo.

Cuatro años después nos volvimos a encontrar, una mañana de noviembre. Yo venía a hacer unas pruebas para un master al que era prácticamente una odisea acceder. Venía a no perder nada y con la ilusión de poder ganarlo todo. Aquel primer día de pruebas fue Andriu el que me llevó en coche hasta el campus de la Autónoma. El segundo día, Sergio fue mi piloto para la segunda tanda de pruebas. La mañana de la tercera prueba, Emi me mandó un mensaje deseándome suerte y dando por hecho que lo iba a hacer bien. De nuevo los tres.

Volví a Sevilla con la ilusión, simplemente, de haberos visto. Y seguí mirando masters dando por hecho que había intentado algo imposible. Llegó diciembre y entré en el master. Ahí se cumplió mi amenaza de hacer de Madrid mi casa, el sueño que me había metido en la cabeza un amigo en un autobús cuatro años antes. Y, por fin, me vine a Madrid un 13 de enero de 2010 para cumplir una promesa hecha a mi mismo.

En todo este proceso, hasta esta semana de agosto de 2011, solo coincide una cosa: vosotros. Yo ya no tengo demasiado que ver con aquel chaval que no quería arriesgar de 2005, y vosotros tampoco con aquellos que conocí, y pienso que ahora tengo la respuesta para aquella pregunta que no supe responder aquel año, porque pensé que no sabía o que era mejor no contestarla.

La respuesta es sí. Te has quedado conmigo. Porque me importaba que te quedaras, porque en el fondo tú tampoco te fuiste nunca, ni yo quería que te fueras. Te has quedado, Andriu; te has quedado, Sergio; te has quedado, Emi. Lo demás, se ha ido con el viento.

Pero esta última semana he podido revivir aquel Espino, haya sido un viernes, un martes o un sábado; en una procesión, en un bar de pinchos o en el teatro; mientras trabajaba, de descanso o después de la jornada laboral. Aquella semana en la que pensé que tenía ir a Madrid, porque allí me esperaba algo grande. Aquella semana en la que creí que podía ser un buen periodista siempre que me agarrara a vosotros como a un clavo ardiendo. En 2009 me dísteis la razón. Y ahora, en 2011, yo os doy las gracias.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Volver, al fin volver


No sé si será por estos días. Casi seguro que sí. Quizá por las conversaciones con un escocés ateo que hay en mi sección pero con el que da gusto hablar, quizá por ambas cosas, pero he vuelto. Al fin he echado de menos esa cruz del Espino que acumula polvo en una de mis estanterías en Sevilla.

Porque después de la vorágine papal viene la esperanza. Y esa esperanza me ha llegado como un bofetón cuando me he dado cuenta de lo que significa 'comunidad'. Ese grupo de gente, ese estilo de vida, ese hombro que sabes que siempre estará cercano para llorar cuando lo necesites. Y se me han venido a la mente en estos días de invasión peregrina de Madrid tantos momentos, que he recobrado la esperanza. Aquella tarde en la que Pulido me llevó de la mano hasta el voladizo del santuario de Granada porque yo tenía vértigo, aquellas noches de pizza con el coro dando los últimos retoques al concierto, aquellas mañanas de desayunos en Ramón y Cajal con las 5 personas, catequistas y amigos, que durante aquellos años fueron como mi familia; aquel paseo en aquella Pascua en el que me di cuenta que aquel que yo creía un golfillo y poco más iba a ser alguien importante en mi vida...

La comunidad es lo más hermoso que me ha dado llevar la cruz al cuello y es lo que me ha hecho volver, al fin volver, al redil que no debí abandonar nunca. Quizá haya sido por despecho viendo que todo lo que tenía alrededor esta semana papal estaba en mi contra, quizá me haya atrevido al fin a rebelarme y a decir que todo en lo que he creído merece la pena. Esta Jornada Mundial de la Juventud es mi Jornada Personal de la Esperanza, y en ella me he dejado las horas de sueño y las luchas internas para entregarme por completo a aquellos recuerdos. ¡Por qué los dejaría atrás sin miramientos!

Echo de menos mi cruz y echo de menos esa comunidad que arropa, que nos recuerda que somos más humanos de lo que muchas veces dejamos ver, y que, cuando se produce el reencuentro, todo merece la pena. Estos días me han hecho darme cuenta de que os necesito, y que hay esperanza para mí y para la cruz que acumula polvo en Sevilla, porque esto es un nuevo comienzo.

Ya sé que de buenas intenciones están llenos los nuevos comienzos, pero espero que esto no se quede aquí. He recordado lo que soy y he barajado si merece la pena recuperar lo que deje atrás. Y sí que lo merece. Merece la pena mantener el contacto, aunque nos veamos poco, merece la pena preguntar de vez en cuando al cielo si el de arriba sigue ahí y si aún hay un hueco para mí entre los bancos de sus iglesias, merece la pena volver a intentarlo. La vida es demasiado corta para vivirla sin esperanza, y por eso esto es un regreso a por mis libros, a por la gente que dejé atrás, un intento para ver si puedo salvar algo de los escombros de este incendio que lleva quemando mi pasado durante un año y medio. Los recuerdos me indicarán el camino de vuelta y entonces, solo entonces, sabré si aún puedo volver al punto de partida y volver a engancharme a este tren. El tren de lo que nunca he dejado de creer, y que ahora brama con fuerza en el andén esperando a que suba a sus vagones de alegría peregrina.

Ya os contaré cómo me va, por el momento, el domingo me introduje casi de incógnito en la catedral castrense y me dejé llevar por su silencio. Allí me encontré cómodo, como alguien que vuelve a dormir después de mucho tiempo en su cama de siempre. Y supe que había vuelto.

domingo, 7 de agosto de 2011

Alegoría de un momento

El rosal de mi casa muere. Agoniza lentamente por culpa de una araña que no sé por dónde entró, pero que se ha colado en mi terraza y ha hecho que el rosal se haya quedado solo en los troncos, en las ramas desnudas cubiertas de telarañas.

Supongo que es solo una metáfora de este agosto. Este agosto en el que me he quedado seco, ya no sé de qué escribir ni se me ocurren nuevos temas que sacar a la luz. No me lo puedo permitir. Por eso he quitado las hojas y las telarañas del rosal y he recogido los escombros de su antigua vida. Y ahora trabajaré, seguiré regando esta oportunidad para que vuelva a florecer, para renovar mi creatividad y demostrar que puedo ir hacia arriba hasta diciembre. Es el momento. Mañana ya veremos que sucede, pero el camino es limpiar para volver a empezar. Quien se rinde, nunca gana.

domingo, 24 de julio de 2011

Palabras robadas al tiempo

Llegan dos autobuses y empiezan a bajar chicos vestidos de rojo, caras familiares. Solo tenemos tres horas mermadas por un viaje interrumpido y una agenda infranqueable. Solo quedan minutos entre vaguedades y torpezas que nos hacen perder tiempo. Estas son conversaciones fragmentadas, frases rotas, desgajadas, robadas al tiempo y ganadas para la memoria.


En la puerta

Marta ha tenido esta vez más complicaciones que de costumbre. El cargo de acompañante no es cualquier cosa y siempre supone un reto que te hace pensar si valdrás o no para esto. Es un salto de madurez.

- Invítame a un cigarro, anda.

Ha vuelto la Marta de siempre, pero con algo distinto. Sabe que ha pasado la prueba y eso siempre da un subidón. Sin más compañía que el chunda chunda de los coches que paran en el semáforo, comienza la puesta al día y la calle de Aluche se transforma, por el tiempo que tarda en consumirse un cigarro, en la esquina de La Espumosa de Sevilla.


En el atrio


Prometió que nunca más volvería, pero volvió. Quizá para romper para siempre la maldición de este viaje de la segunda semana de julio, para olvidar los momentos de incomprensión y los jarros de agua fría.

- ¿Cuando vienes a Sevilla?- pregunta mientras nos abrazamos en una bienvenida demasiado postergada.

- Como mínimo no bajaré hasta septiembre. A ver si puedo bajarme algún finde de agosto, pero no sé.

- Tengo ganas de que salgamos todos- confiesa entre nostálgica e inocente.

Es LA voz, la voz que mi memoria retiene como bastión de la etapa gloriosa del coro que no quiero que acabe nunca. Este año hay demasiadas bajas en este Espino, y eso te hace sentirte mayor. El abrazo se acaba, aunque me resisto un poco y ella me sigue un poco el rollo por un segundo, luego quedan las sonrisas y la pregunta de si el próximo encuentro estará cerca o no. El periodismo no entiende de amigos ni de familia, solo quiere exprimirte hasta que te consagres a él en cuerpo y alma.


En la escalera

Juan no sabía que yo estaría allí, ni yo sabía que él bajaría del autobús. La sorpresa es mutua y no puedo evitar un grito de sorpresa.

- ¡Has venido!- digo en una afirmación tan obvia que resulta estúpida. Pero es que cuando los sentimientos toman las riendas de tu conciencia, la cabeza deja de funcionar.

- ¿Qué dise, cabesa?- contesta como siempre, como solo él contesta, con ese descaro maravilloso (sigues siendo Maravilla, por los siglos de los siglos), mientras me fijo en su pelo y él en mi barba, demasiado largos ambos. La conversación sigue pendiente, quizá la próxima vez. Es fantástico tener una razón, sea cual sea, para volver a verlo. Sea donde sea y con el motivo que sea, se producirá, porque aunque pasen los meses, al final se alinean los planetas. Y entonces llega esa conversación hasta que amanece o en una cafetería a primera hora de la mañana. Y vuelve a girar la rueda de esta relación cíclica, en la que siempre fijamos un próximo abrazo que no tiene fecha.


En el pasillo

- Oye, a ver si encuentro un momento, que te quiero presentar a Marta- me dice mi hermano mientras avanza entre la multitud abriéndose paso con la funda de su guitarra.

- Eso, que tengo que darle la bienvenida a la familia- contesto en una broma que no es tan broma.

Es emocionante ese momento en el que tu hermano pequeño te presenta a su novia, esa a la que solo conoces por fotos, pero de la que has oído hablar mil veces. La busca con la mirada y la encuentra tres filas por delante de nosotros. También es emocionante poder verlo a él, aunque solo sea unos minutos, en esta ciudad que dice acoger a todo el mundo pero a la que no pertenece nadie. Ciudad de paso, cruce de caminos. Dice que volverá en agosto. Habrá que verlo. Yo ya voy mirando fechas. La casa a veces se hace enorme, aunque solo tenga 40 metros cuadrados...


En la acera

El autobús se despide y te preguntas si podrías cometer una locura, meterte en él y volar a Sevilla, regresar a esa casa que no pisas desde hace tres meses. Pero la puerta se cierra y, una vez más, te quedas en la acera, mirando como un idiota, con la lagrimilla puñetera asomando por el ojo derecho, queriendo salir. Desde las ventanas, se despiden de ti los recuerdos y solo te quedan esas conversaciones robadas al tiempo. La gente se va retirando y vuelven, poco a poco, a sus vidas. Yo no puedo. Mi vida, la que me ha hecho lo que soy y la que me hace sonreír, se ha ido en el autobús que acaba de partir.

martes, 14 de junio de 2011

Herederos del hoy y el ahora


Después de una semana con carga policial y desalojo en el Ayuntamiento de Madrid, vivir con los indignados en la puerta del Sol el día del desmontaje del campamento y manifestación sorpresa con sus correspondientes cortes de tráfico un domingo por la noche, por fin estoy de libranza.

Han sido unos días de reencontrarme con el Movimiento 15M y de ver cómo dejaban como una patena la Puerta del Sol (comportamiento ejemplar, todo hay que decirlo, la plaza está reluciente), y se te queda un extraño sabor de boca y la pregunta de qué vamos a hacer para el periódico ahora que todo esto ha pasado.

Hay años que están repletos de noticias, y éste lo está siendo. Desde las elecciones con su campaña previa a este movimiento ciudadano que nos ha dejado portadas y más portadas de todos los rinconces de España, pasando por la crisis y la polémica del diccionario biográfico de la Academia de Historia. Además, se nos han ido Elisabeth Taylor, Ernesto Sábato y Jorge Semprún, se nos ha casado el próximo heredero británico y hemos vivido las revueltas árabes y la captura de Bin Laden. A esto hay que sumar las noticias que vendrán, como la visita del Papa a Madrid. Un año perfecto para hacer una beca, pero tremendamente agotador.

Las noticias son inesperadas y aparecen en segundos. Te implicas y las vives como si tú estuvieras dentro de ellas, porque la mayoría de las veces lo estás, entre la gente, camuflado, con el cuaderno y la grabadora en las manos, sudando a chorros y quemándote la piel con el sol. Tirado en la calle, sentado en el suelo sucio de las plazas y encaramado a las farolas y poyetes para poder ver mejor lo que luego tendrás que contar. Cuando tengas que ser los ojos de cientos de personas que no pudieron estar allí.

Y ese es el peso de nuestra responsabilidad, esa tremenda responsabilidad de que lo que la gente lea será, a veces, la única versión que tengan de un hecho concreto. Llegas a casa, llegan los días de descanso y el cuerpo se relaja, pero la mente sigue dando vueltas. Pensando en lo que contarás mañana, en lo que te hará salir a la carrera de la redacción, en lo que no puedes planear porque solo el destino y el tiempo lo saben. La cabeza sigue dándole vueltas, porque en esta carrera no se trabaja, se vive cada día como periodista y cuando llegas a casa, sabes que el teléfono puede sonar en cualquier momento para decirte que dentro de cinco minutos tienes que estar en la otra punta de la ciudad.

Ser periodista es eso: ser. Nunca te quitas la chaqueta ni dejas el bolígrafo en casa, porque no se puede luchar contra el azar. El horario es una utopía que solo algunos días puede llegar a cumplirse con un poco de suerte y una alineación de planetas. Compañeros periodistas, sabíamos a lo que veníamos, y quizá por eso lo nuestro tiene más delito.

Hay días desesperanzadores de temas que se caen del planillo, de reportajes que no salen, de jornadas maratonianas de 16 horas, de comentarios de los lectores que directamente te insultan, de cartas al director de gente que cree que cada página se hace en cinco minutos, y de amenazas de denuncia que te ponen a mil el corazón. Hay días que piensas en tirar la toalla y te preguntas si todo esto merece la pena. Pero entonces solo nos queda la vocación y pensamos que no seríamos felices haciendo otra cosa que no fuera esta. Ser periodista es ser, y serlo a pesar de las tempestades, de tener que correr ante la policía y saltarnos carteles de "No pasar", de meternos en edificios en ruinas y adentrarnos en los barrios peligrosos. Un sabio decía que el periodista es aquel que corre hacia el lugar de donde la gente huye. Somos unos inconscientes, pero no nos sale ser de otra manera. Por eso cuando el momento de la desilusión llega, solo nos queda agarrar con fuerza la libreta, la agenda, la grabadora y el móvil y salir corriendo a las calles. Somos hijos de la inexactitud y el imprevisto, herederos del hoy y el ahora. No sabemos vivir sin ello. Y tampoco queremos.

martes, 31 de mayo de 2011

La mañana que en Barcelona se oscureció Sol


Ocurrió la mañana del viernes. La inminente final de la Champions que podía llenar de barcelonistas la cercana Fuente de Canaletas y la necesidad de sanear el centro de la plaza fueron las razones que bastaron al Conseller de Seguridad para mandar desalojar la plaza de Cataluña. Aquí podéis ver a los que llaman "Los invencibles de Plaza Cataluña".

Aquella mañana las acampadas de toda España se levantaron con un pálpito, y se hizo el silencio mientras intentaban enterarse de lo que sucedía en Barcelona. Esa ciudad vanguardista, respetuosa, abierta... esa ciudad que no reconozco en este vídeo.

¿A qué hemos llegado para disolver una concentración pacífica con brutalidad? ¿En qué momento los Mossos dejaron de pensar que lo que tenían delante eran personas? ¿Cómo podían competir las porras y las pistolas de bolas de espuma con las manos blancas en alto? ¿Qué nos está pasando? ¿A dónde vamos, Dios mío, a dónde?

En esa plaza estábamos todos en el sentido en el que en el vídeo aparecen señoras que vienen de la compra, jóvenes, estudiantes, licenciados, parados, señores mayores, ancianos tranquilos y abuelas reaccionarias... Toda España estaba representada en esa plaza, cauta, con las manos en alto, recibiendo las embestidas de las bestias, a las que podríamos llamar paro, hambre, injusticia, desesperanza, corrupción... Todas las bestias atizando a una masa que siempre ha dicho que sí con la cabeza ante la galería para, cuando se cierre la puerta de casa, desquitarse a gritos, porque eso de quejarse está mal visto.

Esa mañana Sol se apagó, porque sentían que esto se acababa, y que en cualquier momento bajarían los furgones policiales por Arenal y Carretas. Nunca sucedió. Pero en Barcelona quedaron los rostros heridos, las espaldas amoratadas con la sangre saltada, en unas imágenes en las que la gente vuela por los aires, son empujadas brutalmente por simplemente no moverse, son apaleadas mientras miran a los ojos a los que las apalean. Es el rostro de una España que no entiende por qué llevan tanto tiempo haciéndole esto, y clama al cielo.

En la Puerta del Sol y en todas las plazas de España, aquella noche de viernes, con las discotecas y el botellón como contrincantes, ganó el grito unánime de Justicia. Un grito de verdad, no mudo. Por un día, España fue de verdad España, y nos olvidamos de los trasvases de los ríos, de las políticas autonómicas, de los referéndums de independencia y de los discursos de meter el dedo en la llaga como modelo de calentar el Parlamento. Aquella noche, volvieron a dar las doce en las brújulas de los relojes de los Ayuntamientos, y en Sol volvieron a cantar 8.000 voces al unísono: "¡Barcelona no está sola! ¡Barcelona no está sola!". Y no lo estaba.

jueves, 26 de mayo de 2011

La cuenta atrás de Sol


La película El bosque, de Night Shyamalan, nos enseñó una dura lección: por mucho que intentes crear una sociedad paralela al margen de esta, al final las maldades del mundo del siglo XXI aparecen, porque es el hombre el que forma la sociedad, y la bondad y la maldad están en su interior y no en el entorno que nos rodea.

Esa misma lección la leí en mis frecuentes visitas al campamento de Sol. Tras una semana, el campamento ha empezado a pecar de los defectos que todos llevamos dentro: los egos que salen a relucir, los egoísmos que cada uno esgrime para defender sus propios deseos y no los de la mayoría, el pillaje, el libertinaje... Una semana después, por el megáfono de Sol avisaban de las más diversas advertencias: rumanos que estaban cogiendo la comida de la cocina para venderla fuera de la plaza, exceso de porros y litronas entre los colchones, robos de carteras, discusiones porque eran demasiadas reclamaciones por parte de los grupos y cada vez menos concretas.

La Puerta del Sol contra la Puerta del Sol. En ella misma está la esencia y la razón de su posible triunfo o su inminente fracaso. La revolución cansa, y después de una semana el campamento está pecando de los mismos errores que lo que critican. La asamblea ya no es tan democrática y se ve a diario condenada a rechazar o aprobar cuestiones que vienen de los intereses particulares de las comisiones: de la abolición de la tauromaquia a libertad para abortar, de la proclamación de una III República a la reforma de la Ley Electoral. Si criticaban el Congreso, han configurado la asamblea de tal forma que hay más mandamases que parlamentarios. Han nombrado secretarios, encargados de las actas, moderadores, becarios, facilitadores, ayudantes, organizadores... Asimismo, han emprendido una guerra sin cuartel y sin sentido contra los medios de comunicación, y a pesar de que los hemos ensalzado como valientes y luchadores, cuelgan nuestros periódicos en una parte del campamento llamada "El rincón de la mentira". Tienen horarios para repartir incluso las mantas y deniegan a los comerciantes de la zona sus derechos a pesar de que están perdiendo dinero por todos lados. Decían que los políticos no los representaban, pero cada vez se parecen más a ellos.

La revolución, esa hermosa utopía que me hizo ilusionarme, se va desinflando. Sol el martes ya no era ni una sombra de lo que fue: ahora deben decidir si es momento de marcharse y morir de éxito o dejar que el tiempo y el acuciante calor vayan desolando el campamento y lo que un día fue una ilusión se convierta en un fracaso.

Es ahora o nunca. No dejéis que los que creímos en lo que hacíais, los que fuimos a Sol a gritar con vosotros por una democracia real, sigamos dejándonos llevar por el desencanto y volvamos a llamaros perroflautas como hacen los medios de ultraderecha. Jugad vuestras cartas, plantaos y definid lo que queréis, el tiempo corre. La revolución ya ha tomado las plazas, ahora es necesario que Sol no se convierta en el circo al que ya se parece -crearon el martes una inútil Comisión de Espiritualidad- y se disuelva para tomar una nueva forma. Tomad los barrios, las instituciones, empapaos de la voz de la calle y dejaros aconsejar por los que bien saben de cambios drásticos. Sabemos que no os casáis con nadie, pero es hora de que os emancipéis, de recuperar nuestro apoyo y de construir juntos un plan de acción. La brújula del reloj de la Puerta del Sol se ha convertido ahora en un temporizador que va marcha atrás. Es el momento de volver a nuestras vidas y trabajar duro por convertir el 15M en más que una anécdota en los libros de Historia. El poder está en nuestras manos: tengamos cuidado de que no nos corrompa.

sábado, 21 de mayo de 2011

Perdida y encontrada


Hoy he mirado a los ojos a la esperanza. Hoy no he reconocido a una Puerta del Sol que nunca había visto tan viva, tan rebosante de magia. Hoy he visto a esa a la que llamaban generación perdida, la que está aniquilada por la crisis y sin futuro porque no le tocará vivir el resurgimiento de la economía, más encontrada que nunca. La multitud ha hecho de los relojes de sus Ayuntamientos su brújula para encontrarse a sí mismos y levantar la voz.

A la luz del entusiasmo, la juventud indignada ha emprendido su propia revolución, una revolución en forma de acampada en cada rincón de España. 28.000 en Madrid, 8.000 en Barcelona, 5.000 en Valencia, 4.000 en Sevilla... En 5 días la Revolución Española ha hecho de las plazas su fortín, ha reclamado lo que es suyo y ha dicho "basta". Basta a la extorsión de los bancos, a la corrupción, a tener grietas en las manos de hojear los periódicos en busca de trabajo... La Revolución Española, esa que ha roto fronteras y ha clamado ante las embajadas de medio mundo, la que ha pedido auxilio ante las próximas elecciones. La que ha demostrado que un 40% de paro es asfixiar a una juventud creativa que ha sacado lo mejor de sus mentes y sus plumas para convertir las plazas en un bastión de libertad.

Esta noche he estado en Sol y he paseado en silencio por este campamento que es ya una ciudad en miniatura. El pueblo se ha volcado con ellos, porque ellos mismos son la voz de un pueblo hastiado de promesas. Los organizadores barren sin cesar, recogen la basura, organizan charlas, calman a los exaltados y reclaman que esto "no es un botellón". Los "indignados" han hecho que la Puerta del Sol sea portada del Washington Post, que nos llamen los rebeldes españoles, que digan que esto es la herencia de la egipcia Plaza Tahrir. La plaza de Sol se ha convertido en la plaza SOLución.

Las ciudades la han secundado como una obligación con la ciudadanía. Han sacado el espejo a relucir y han hecho a imagen y semejanza sus campamentos en las plazas de España. Valencia ha invadido los bancos de la plaza del Ayuntamiento y la ha rebautizado como Plaza del 15 de Mayo. Ese 15 de Mayo en el que comenzó todo, en el que nos creímos valientes y nos lanzamos a la calle, ese 15 de mayo que ni una Ley Electoral ha conseguido abatir, ni el Supremo, ni el Constitucional, ni los furgones amenazantes de la Policía, ni el Ministerio del Interior. España es un clamor, y grita a los pueblos de Europa que se levanten. Hace 203 años que Sol fue la llama que prendió Europa para que luchara contra la invasión napoleónica. Han hecho falta más de dos siglos para que España despertase de su letargo, ese sueño en el que siempre ha dormido, porque estaba demasiado cansada de luchar.

Salid a las plazas. Levantaos y reclamad que este mundo no es el que podemos legarle a nuestros hijos, que no es el mundo con el que soñamos. Nuestros sueños no caben en vuestras urnas. Llenad la plaza de Cataluña, la plaza de la Escandalera, la Puerta del Sol, la plaza del Ayuntamiento, la del Pilar, la del Obradoiro, el Bulevard de Donosti, la plaza de Arriaga, la del Zocodover, la del Carmen... mañana puede que ninguna se llame así, todas piden a gritos libertad, unidad, justicia, democracia...

Salid a las plazas en esta hermosa revolución pacífica. Estamos haciendo Historia, porque es nuestra historia personal la que está por descubrir. Mirad a las brújulas de los relojes de vuestros Ayuntamientos y gritad que no estáis perdidos, que os habéis encontrado, y que esta generación, la del espíritu de Sol, no vive en la luna.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Desubicado


Se me hace raro esto de amanecer en Madrid y, a media tarde, despertar de la siesta en Sevilla. Pero las fiestas de primavera es lo que tienen: si quieres llegar a disfrutarlas, es necesario sacrificar horas de sueño, descanso, trabajar más de la cuenta y evitar contar las horas para coger el tren.

Se echan de menos, y más cuando vuelves a esa redacción sin ventanas en la que la luz del sol es una utopía. Esta vez veré a Sevilla vestida de volantes, con las orejas llenas de farolillos y con una banda sonora de bullicio y sevillana a todo trapo saliendo a través de las cortinas de lona de rayas bicolores. Sevilla ha transformado en una semana la agonía del crucificado en la gloria festiva del baile, ha cambiado la torrija espesa y empalagosa por el pepito de lomo pasado por la plancha con ajito y aceite de oliva. Sevilla se ha quitado la mantilla negra para engarzarse la peineta colorida y la flor.

Sevilla es bipolar, como yo. Y quizá por eso allí me siento cómodo, aunque tenga que cambiar en horas el chip de mi cabeza para no verme desbordado por las fiestas que transforman la ciudad. En Semana Santa llegué a la fiesta tan a bocajarro que me encontré desubicado, pero intentaré superar el trance esta vez con más dignidad. Vuelvo a Sevilla, a ver Triana en el mes de abril. Sí, en abril, porque mientras haya Feria, abril no se resigna a marcharse y ceder a mayo la gloria que siempre le ha correspondido: la de la alegría del albero, el caballo, la risa y el farolillo.

martes, 26 de abril de 2011

Las fotos que no hice

Este año me he armado con la cámara de fotos para vivir de una manera distinta la Semana Santa. Por aquella necesidad de cambiar que supongo que tenemos los periodistas, acostumbrados a hacer cada día una cosa distinta e impredecible. Pero como estoy acostumbrado a ver la parte que no existe, la que nadie ha visto antes, ni siquiera yo mismo; pues me he puesto a hacer recuento de las fotos que no he hecho. Cosas de la vida.

No he fotografiado la interminable hilera de nazarenos negros de Los Estudiantes, que tuvieron estación de penitencia lluviosa por el interior del Rectorado de la Universidad. Ni el dulce blanco de La Bofetá bajando Cardenal Espínola.

Tampoco le tiré fotos a ese músico del oboe de uniforme cuya cabeza sobresale por encima de la multitud en una banda, esa de la que nunca debió irse, esa que le llama en el silencio a golpe de tambor y de trío de marcha de palio. A ese que se resiste a devolver la carpeta porque realmente nunca ha querido devolverla, porque aunque se fue de la banda, la banda no se fue de él.

Tampoco hice fotos de las jornadas maratonianas en la cripta para que los blancos más blancos del barrio sonaran a negro de Nueva Orleans y de Harlem. No se pueden hacer fotos a un Amazing Grace cantado a cinco voces de hombre, ensayada solo dos veces porque, a estas alturas, sabemos perfectamente que podemos confiar en los otros cuatro.

No pude hacerle fotos a la barbacoa en la que volaban los barriles de cerveza y en la que perdí la voz, porque me había dejado las ganas y la euforia vestido de blanco horas antes.

No hice fotos en la mañana de iglesias después de una noche de chat para ver si salian o no los albores de la Madrugá, ni a los paseos con una vecina por las calles de un centro empapado en el que se buscaba el cobijo de un café a la espera de que pasase el diluvio.

Tampoco tiré ninguna instantánea en las noches al amparo de la lámpara de un bar poco iluminado ante tres ofertas de cerveza y una de tinto. Allí donde las sonrisas son el mejor consuelo para un Martes Santo nefasto.

No hubo fotos en la noche estrellada del Sábado Santo, aquella en la que miramos a los cielos preguntándonos por qué. La noche de las confidencias, de las miradas y de las felicitaciones. Otra noche más de triunfo que sigue sabiéndonos a gloria.

Hubo fotos buenas, no lo niego, pero no las hice con la Nikon. Las hice con el objetivo de la pupila, con el obturador del párpado y el disparador de la emoción. Las mejores fotos son las que se escapan al aparato, porque son demasiado hermosas para quedar retratadas en una imagen congelada. Las mejores fotografías se graban en la celulosa de la memoria, y quedan para siempre, se pueden mirar en cualquier momento y nunca provocan una saturación de la tarjeta. Fotos de voces de ensueño, de cantos de sirena que llevan a los cielos, de rachear de pies que elevan el silencio a una simple molestia, de cornetas que claman a los vientos, de palabras sinceras, de ecos de recuerdos grabados a fuego en la intrahistoria. Las mejores fotos no se guardan en un álbum. Simplemente se viven.

jueves, 21 de abril de 2011

La charla de dos ángeles en la tarde de Jueves Santo


En el blasón heráldico, hermoso y reluciente, el ángel de la derecha miraba de reojo a su hermano de la izquierda. Esperando poder colocarse sobre un corazón batiente, aguardaban colgados de una percha junto a una camisa blanca. Faltaban horas para que el nazareno llevara en el cuello la medalla plateada, hermosa, sencilla e inconfundible del Gran Poder. Bautizados con los nombres de la historia de la propia hermandad, Lorenzo y Juan, por la parroquia que fue su casa y el nombre del imaginero insigne que sacó de sus manos a Dios mismo, se debatían en el equilibrio frágil de sus pequeñas alas en la cara trasera de la medalla.

"¿A dónde crees que vamos?", preguntó Lorenzo, moreno por el sol de la plaza que cobija la basílica. "No sé, ya sabes que cuatro gotas son más que suficientes para que nos quedemos en la percha este año", le contestó Juan. Lorenzo miraba el cielo de reojo por la ventana semiabierta salpicada de goterones de lluvia, y suspiraba con el lamento del que ve venir la puerta que no se abre de San Lorenzo.

"Te sientes tan impotente cuando sabes que las nubes no atienden a razón alguna, que se ciernen sobre los cielos sin pensar que abajo se está produciendo la maravilla de cada año: una ciudad que se vuelve barroca, que se vuelve altar, en la que no se ve el suelo, en la que todo es muchedumbre en las esquinas... pero nada importa", comentaba desolado Lorenzo. Juan sabía que el que todo lo puede escuchaba la conversación desde el otro lado de la medalla, en la cara principal. Sin embargo, el silencio le dio a entender que no quería inmiscuirse en la conversación. Dios mismo siempre observa, pero gustó de hacernos libres y no pretende inmiscuirse en cada palabra que sale de nuestros labios. El Jesús moreno y atormentado de la cruz al hombro clama al cielo que no es un padre censor ni un hijo libertino, solo nos dio alas -no solo a los ángeles- para poder volar y aprender de nuestras propias caídas.

La medalla se tambaleaba con el viento que entraba por la ventana, y chocaba con los botones de la camisa en un dulce tintineo que, en pleno Jueves Santo, sonaba a bambalina. "El cielo es un mapa del mundo. De este mundo que se va a pique porque el ser humano se ha olvidado de la magia y del perdón para salir a los campos a golpe de bayoneta e insultos. Sevilla duerme en el error de que esta semana es un paréntesis de tradición y antigüedad en el año, pero no es así. Cada atardecer es el del Jueves Santo, cada noche es una madrugá en la que no duerme nadie", comentó tajante Juan sosteniendo con fuerza la banda del escudo.

"¿Te refieres a los bomberos, los policías, los panaderos que trabajan en la madrugada para que el currante pueda llevarse un mendrugo a la boca al amanecer?", preguntó Lorenzo. "Sí y no. Cada noche en Sevilla, hay médicos que operan a corazón abierto, hay madres que arropan a sus hijos, hay albergues que abren sus puertas al que se hiela a la intemperie. Cada noche es Jueves Santo, aunque solo una sale el Señor de Sevilla en cuerpo. Pero Jesús sale cada noche a la calle en alma, en el asiento del copiloto de las ambulancias, alerta en las esquinas oscuras de los callejones en las que se maquinan los horrores de nuestra condición de ser humanos, en las salas de espera de los hospitales...", le contestó Juan viendo pasar las horas como el que ve pasar las primaveras al amparo de la torre de San Lorenzo.

Lorenzo volvió a mirar por la ventana y, sin que nadie se diese cuenta, cruzó los dedos cambiando los destellos de la plata en la medalla. De fondo, en la radio, oía caer una a una las hermandades de la tarde del Jueves Santo, y deseó escapar del orgulloso trono de la plata para empujar las nubes hacia el mar, donde nadie las siente ni las padece. Con valentía, vio su hermano Juan como su gemelo idéntico del otro lado del escudo se escapaba poco a poco de la plata con la mirada iracunda puesta en el cielo encapotado.

Lorenzo ya salía al mundo real, fuera de la talla hermosa y polilobulada en la que llevaba encerrado siglos. Pero una mano cálida, fuerte y vigorosa, le tomó del brazo. "Déjame, Juan. No es justo, no es justo... Solo hay una noche para que Sevilla recupere la esperanza, y es en esta madrugá de sensaciones. Déjame partir por el bien de la ciudad", dijo Lorenzo al mismo tiempo que volvía su rostro impotente hacia el brazo que lo retenía. Pero allí no estaba su hermano Juan, sino el mismo por el que vivían en la orgullosa medalla. El Dios de Juan de Mesa lo miraba con sus ojos de plata y de fuego, y se le heló el aliento, observando al mismo padre de San Lorenzo con su mirada dulce negando suavemente con la cabeza. No supo qué decir, y Jesús abrió la boca, mientras Lorenzo y Juan contenían la respiración.

"No se haga mi voluntad, sino la de mi padre. Sevilla puede esperar en mi eterna gloria barroca el sueño de un año de noche despejada en 2012. No la abandonaré. Yo soy su propio hijo. ¿Cómo abandonaría a la madre que me vio crecer desde hace siglos, que me abrió su casa, que me engalanó con flores y me alimentó de devoción sin miramientos?", dijo el nazareno con voz pausada mientras regresaba Lorenzo a su lugar en la medalla. "Aguardemos. La noche aún no ha caído. Si la lluvia quiere que no vea este año el adoquin de mi calle y los rostros ilusionados de mis hijos, será decisión del padre y no mía. Mi cruz es la cruz de Sevilla, volved a dormir en el sueño de un año completo. Vivamos en la hermosa utopía de un mundo mejor 364 días al año, y no una sola noche. En esta noche solo salgo en cuerpo, como ha dicho Juan. El resto del año, vivo en cada alma, discreto y silencioso, pero con las manos abiertas para acoger al que está cansado y el hombro cálido para aquel que llora".

Lorenzo regresó a la medalla, mientras fuera el cielo seguía encapotado. Miró a Juan a los ojos y escuchó de fondo la marcha 'La Madrugá' en un televisor cercano mientras recogía la parte del escudo que había sostenido durante siglos. Oyeron cerca pasos, y sintieron como les llevaban en volandas hasta un pecho batiente. El nazareno cubrió con el negro ruán del capirote la medalla, y se encaminó a San Lorenzo, más desesperanzado que jubiloso. El lienzo de nubes del cielo le decía que no habría discurrir del Señor de Sevilla por las calles de la ciudad. Institivamente cruzó los dedos en forma de cruz y lanzó a los vientos una oración. Lorenzo y Juan también, pero en voz baja. Y al que todo lo puede se le dibujó una sonrisa al mismo tiempo que se abría un claro en San Lorenzo, que iluminó discreto la Basílica.

miércoles, 13 de abril de 2011

La larga espera


Sueño con el dulce repiqueteo de la bambalina al aire que golpea el varal. Sueño con la flauta que se mantiene en una nota estática, en el eterno staccato que culmina las transiciones desde el trío de las marchas de palio hacia el tema principal. Sueño con el giro mesurado de un misterio que desafía las leyes de la física en el viraje hacia un callejón de paredes encaladas. Sueño con la luna que se mira en el espejo de un techo de malla y en el terciopelo de un manto azul que es la única escalera posible para tocar el cielo con las manos.

Sueño con una ciudad enjoyada de espadañas que claman al cielo como una corona inmensa que eleva a la ciudad provinciana a reina barroca. Sueño con la marea de gente que sube unida como los prisioneros del Nabucco verdiano la Cuesta del Rosario en busca del esplendor de un palio hecho templo. Sueño con un asfalto palpitante cubierto de cera caliente y con una lluvia de pétalos en la calle Pureza. Sueño con una catedral silenciosa y con un barco de luz de candelería surcando las naves imponentes de la gloria gótica de la ciudad.

Sueño, sueño y sueño, y la semana se me hace larga queriendo que a la mañana siguiente sea ya Domingo de Ramos y el tren me lleve de vuelta a casa.

domingo, 10 de abril de 2011

Te volveré a ver

Te volveré a ver. Este año regresaré a tu barrio, el de mis tardes de conservatorio, y seguirás allí. Este año será distinto, como lo fue el pasado, y el anterior, y el otro. Este año llegaré sin haber vivido el hermoso instante de la Víspera, sin haber visto los preparativos, ese nervio que le entra a Sevilla cuando ve que el día se acerca y se le dibuja una sonrisa en la cara sin querer.

Este año iré a buscarte, aunque no hayan querido que mi música acompañe tus andares porque estamos demasiado preocupados con nuestros problemas terrenales como para dedicarnos a músicas menores. Este año te encontraré en nuevas esquinas, en las que trazan tu nuevo recorrido, el que te lleva a callejear aún más y regodearte en ese barrio que sabe bien que eres el kilómetro cero de San Lorenzo.

Este año te buscaré donde nunca te busqué y te encontraré, en la sorpresa de un balcón, en el reflejo de un escaparate que quiere ser espejo en el que te mires. Este año será diferente, y será tan cotidiano, que tendré que regresar al eterno olor del azahar, al sol abrasador, a la muchedumbre incansable que te espera en cada acera, y no me importará.

Este año llego más en el descuento todavía, cuando no hay ya espera, sino que toda la ciudad estará en fiesta. Llegará el tren y la ciudad ya se habrá vuelto barroca de nuevo, en sus calles el ruido del tráfico habrá dejado su lugar a la corneta y el tambor, a la banda de música con su paso lento y acompasado, al conjunto de capilla sobrio y casi silencioso.


Este año llegará el martes y tus puertas se abrirán de par en par, y cuando San Lorenzo calle será cuando tú salgas. Como si desde el martes santo de 2010 solo hubiesen pasado horas. Y entonces sabré que he vuelto, y se me olvidarán los neones y los titulares, porque aqui todo eso se lo lleva el viento.

Este año me encontraré contigo para volver a constatar que, como dice el acervo popular, sigues siendo la Gracia de Sevilla bajo palio. Y eso no cambia nunca. El momento ha llegado. La cuenta atrás me despierta un cosquilleo en el estómago y me sale esa sonrisa nerviosa que me hace recordar que, a pesar de todo, sigo siendo sevillano. No hay mucho más que decir. Este año, cuando vea tu templo de malla y oro enfilar la Plaza de San Lorenzo, sabré que todo vuelve a empezar. No el uno de enero, sino el martes santo. Y cuando se cierre tu puerta, volveré a contar los días al revés, sabiendo que solo quedan 364. Espérame en el barrio en el que aprendí a ser músico. Allí forjé mis sueños, y allí aprendí a arriesgar y a amar mi tierra. Espérame en tus calles, donde tu Dulce Nombre no se borra, sino que está en los labios del viento, y se hace marcha cada primavera.

Los ojos de la ciudad (II)

"Muerte, ¿dónde está tu Victoria? ¿Estará en esa belleza que supieron ver los artistas del Barroco? Por un momento el tiempo se espera a si mismo para inciar el final del camino. Todas las miradas confluyen en el único que cierra los ojos, que ya no pueden ver.

¿Qué sucederá en el interior de esa frente marcada por el dolor de las espinas? ¿En qué pensará el creador del pensamiento? ¿Qué color de la tarde? ¿Qué matiz del morado de los lirios? ¿Qué reflejo del sol en la blancura de la sábana adivinará el que es divino a pesar de su temprana muerte? ¿En qué rincón de su infancia se alojará la nostalgia de Dios?

Su vida pende de ese hilo que lleva a la ciudad hasta su pasado más hermoso, hasta esas noches de oscuridades aposentadas en el tibio resplandor de sus calles. La ciudad vuelve sobre sus pasos para reencontrarse con su plenitud barroca. Fue bella... y lo sabe".

Los Ojos de la Ciudad. Minuto 23:30

Faltan 6 días...

miércoles, 6 de abril de 2011

Los ojos de la ciudad

"Cruce de caminos. Tres hombres van derechos a la muerte. Uno de ellos, no se arrepiente del mal. El otro, forcejea con el tiempo. Sabe que el justo está a su lado. Se agarra al cuarto clavo, el que siempre está ardiendo.

El diálogo es breve, sencillo, terriblemente hermoso. La palabra del que todo lo puede se le clava a ese pobre hombre en la memoria, ese recurso inútil cuando la muerte aguarda.Pero sus ojos sienten una punzada dulce... como si todo fuera un sueño.

Al día siguiente, volvieron a encontrarse. Y al otro. Pasaron los siglos como si fueran las edades del hombre. 'Es cierto lo que me dijiste aquel lejano viernes. Hoy estoy contigo en este paraíso'.

La ciudad puso todo lo demás. Las agujas góticas que rayan el telón oscuro de la noche, la flor caída del naranjo, el espacio compartido de la calle. Y esa torre de cuyo nombre no hace falta acordarse..."


Faltan 10 días...

lunes, 4 de abril de 2011

Alegato por la música española

Dicen que los españoles, sobre todo la generación en la que me inserto, no sabemos valorar el peso de nuestro legado. No me refiero al amor a las cruzadas y a la nostalgia del Imperio que tienen los grupos de ultraderecha, ni al deseo de que vuelva Franco que tienen algunos enfermos... me refiero a nuestro legado cultural, ese que nos hizo brillar en algún momento y que obligó a la orgullosa Europa a bajar su imperial cabeza para mirar a España, esa gran desconocida.

Hoy me he acercado a la Fnac para ver qué hay de nuevo y, principalmente, para que me dé el sol un poco. Allí me he topado con dos compositores en forma de CD que me han obligado a comprar su música: Cristóbal de Morales y Tomás Luis de Victoria.

Empecemos por Victoria. Heredero del magistral y espléndido sevillano Francisco Guerrero y del también hispalense Juan Vázquez, el abulense Tomás Luis de Victoria fue el músico más brillante de Europa. En su época lo llamaron "príncipe de los músicos" y era un quebradero de cabeza para el padre de la música de la Contrarreforma, Pierluigi da Palestrina. Palestrina difícilmente podía competir con las partituras de Victoria -a pesar de su magnífica Misa del Papa Marcello-, y el español llegó hasta la capilla del Vaticano como maestro absoluto. El mejor músico de la historia de la música española y un olvidado ahora que se cumple el Cuarto centenario de su muerte.

Cristóbal de Morales no se le quedaba atrás. Durante 10 años he estudiado música en el conservatorio de Sevilla que lleva su nombre y, sin embargo, nunca me he esforzado por saber a santo de qué le habían puesto a esa institución ese nombre. Resulta que, ahora que pretendo hacerme un hueco entre los culturetas de la Clásica, me pongo a leer sobre la Historia de la Música y lo descubro. Cristóbal de Morales nació en el cambio de siglo, en 1500. España vivía bajo el influjo de un Renacimiento que iba a cambiar el mundo y la cultura, y Cristóbal de Morales se empapó de él. Llegó a ser director de la Capilla papal en Roma, y es la cabeza de la Escuela Sevillana, la más prolífica y rica de la historia de la Música de España. En una etapa en la que Madrid aún era un pueblo grande de La Mancha, Sevilla era la puerta abierta al Nuevo Mundo, llamada Nueva Roma. De su puerto salió la primera imprenta que llegó a América, hoy potencia editorial.

De Morales volvió de Roma a una Sevilla bulliciosa y marítima a pesar de no tener mar, y demostró ser "luz de España en la música", como lo llamó el teórico Juan Bermudo. Exquisito, con fama en toda Europa, Cristóbal de Morales hoy tiene un callejón peatonal en Sevilla, desconocido y oculto, del que nadie se acuerda. El otro gran maestro de la Escuela sevillana, Francisco Guerrero, ha dado su nombre al conservatorio de Nervión, pero tampoco ha llegado más allá de eso. Es impresionante que tengamos músicos de fama internacional, de la Edad de Oro de la música española, para bautizar todos los conservatorios de la ciudad (Manuel del Castillo, otro gran olvidado, esta vez del siglo XX, da nombre al Superior), que hayamos tenido una Escuela sevillana que deslumbró en Europa, y sus obras no se programen nunca ni aparezcan apenas en los libros de texto.

Lo dicho, estaba en la Fnac de Callao cuando he visto la Misa para la fiesta de San Isidoro de Sevilla de Morales y me la he comprado. Isidoro de Sevilla, arzobispo de la capital hispalense, fue, aunque casi nadie lo sepa, el que escribió la primera enciclopedia de la Historia, las Etimologías. Al leer el libreto del disco, leo que es música dedicada a la festividad del santo sevillano en el día que la Iglesia fijó para recordarlo: el 4 de abril. Hoy es 4 de abril, y es la primera vez que escuchó y sé valorar a Cristóbal de Morales. Hay casualidades en la vida que sirven para descubrir cosas que no sabías, pero creo que esta es la casualidad de las casualidades.

No sabemos nada ni tenemos interés en saber algo, o al menos esa es la conclusión a la que llego hoy. Miramos tanto más allá de nuestras fronteras, que no sabemos que años antes de que nacieran los grandes maestros de la Música Clásica universal, nosotros ya teníamos nuestros propios Bach, Mozart y Beethoven. Mientras Salzburgo, Bonn y Mannheim celebran a sus ilustres compositores, a nosotros parece que no nos importe nada. Somos tan necios -yo incluído-...