martes, 28 de julio de 2009

Dios entre los acordes

Me pasó en la Pascua, y me vuelve a pasar. Fui al Espino con una maleta cargada con todo lo imaginable, un sinfín de cosas pesadas y rutinarias dobladas estratégicamente para que cupiesen en la maleta, y me vengo con algo que no me cabe en la maleta ni en la mochila ni en la funda del saco: la Música.

Pasan los viajes y al regresar lo más grande que tengo es algo que no entra en ningún espacio porque toda ella es espacio, el viento que se cuela entre las grietas de la piedra, el eco que se adentra en los profundos túneles, el crepitar de los troncos al fuego. Puedo trascender los momentos efímeros si es a través de algo no más duradero como lo es la Música.

Siento que demasiado a menudo, en el descuento, cuando ya no puedo más y estoy a punto de tirar la toalla, de dar un portazo y arrojar mis ilusiones por la ventana; es cuando llega Ella, y de una manera discreta, me salva.

Hubo en la Pascua un momento, el momento. Los días pasaban terribles sobre mí en una Pascua a la que me sentía obligado a acudir, y en la que a cada minuto sentía que mi lugar estaba en otro sitio. Y llega una tarde de viernes, previa a la adoración de la cruz, y nos reunimos con Granada para que nos eche una mano con la música. Y tocan las prodigiosas manos de Luis la guitarra, y me veo forzado a levantar la cabeza y observar a aquel muchacho tímido hacerse grande ante las 6 cuerdas. Acordes menores para la canción más bonita que he escuchado nunca, en la voz de Juanito, el típico chaval con el que has compartido 3 espinos pero con el que casi no has cruzado palabra. Y me emociono, y siento que por ese preciso instante yo debía estar en aquella habitación sentado en el suelo y no en una calle bulliciosa de Sevilla viendo el deambular de los nazarenos. Y es su voz sincera, sin ornamento, sin tapujos, lo que me transporta a otro nivel, y me dice que "ahora es el momento" en el que Dios te recuerda que sigue contando contigo.

Algo parecido pasó hace tres días en el Espino. El monasterio de Burgos me tenía completamente agotado. Tras más de una semana durmiendo una media de 4 horas, mi cuerpo no podía más. Las reuniones, el grupo de edad, el grupo de '100 razones' y las sucesivas actividades me hacían estar en un eterno estado de somnolencia. Era viernes de Desierto y ya daba el Espino por perdido para mí. Los demás lo habían ganado, les había ayudado para lograrlo, pero me iba de nuevo de vacío. Mi mala cara no me daba tregua, tengo ganas de llorar, pero me las aguanto y decido ir a ducharme.

Dios siempre llama 2 veces, y sabe cómo llamarme para que acuda. Pone en mi camino el sonido de una guitarra que me resulta familiar. Sé que es Lucho el que toca desde el otro lado del pasillo. Agarro el pomo de mi puerta para entrar, pero me arrepiento, y decido asomarme a la habitación 10, de donde sale la música. Abro la puerta y escucho como anuncian mi llegada, y de repente una frase: "Es Miguelito. Pasa, has llegado en el mejor momento". Me siento en una cama con todo el bajón de sentirme perdido. Nadie lo sabe, pero me quedo. Kiran, Lucho, Juanito y Pulido ensayan una canción. Mi hermano está también, pero se va pronto.

Resulta que están componiendo una melodía en base a cuatro acordes: su primera canción. Me siento y me piden ayuda. No se me ocurre nada y ellos sólo tienen una frase. Durante un rato sigo igual de abatido, pero de repente saco el cuaderno. Lucho bien sabe que cuando abro la libreta es que estoy en marcha, y me pongo a trazar pentagramas. El estribillo sale de golpe en base a una melodía de Juan y llega Osama. Conseguimos cuajar en media hora una canción de tres estrofas con canon en el estribillo y segunda voz, con una introducción de violín. Me siento nuevo. A partir de ese momento vamos contrarreloj para estrenarla en la Adoración de la Cruz. Lo conseguimos. Sobre las 2 de la madrugada Juanito y yo entonamos la trágica melodía del 'Dejo en tu cruz'. La Música me llena los pulmones de aire fresco, de alegría, de plenitud. Supongo que eso también es iluminación profunda, no sabría explicarlo.

Ahora estoy en casa. Escucho la canción y entiendo algunos porqués que no supe responder en el Espino, y entiendo que a veces la respuesta no está sólo en las personas más insospechadas, sino también en las casualidades o en los pequeños gestos, como el dejarte llevar por unos acordes que suenan tras una puerta. Dios entre los acordes. No en vano dicen que quien canta, ora dos veces.


domingo, 12 de julio de 2009

Despedidas sin adioses


Llevaba más de dos meses de despedidas. Despedida de catequesis, despedida de esas tierras tunecinas que tanta paz habían devuelto a su alma, despedida de los que se marchaban una vez concluido el trabajo...

Ya no le quedaba ni un lágrima, ni una sola motivación para dejar escapar otra más. Las despedidas siempre habían sido el momento trágico con el que daba portazo a un etapa para seguir viviendo. Sin quererlo, borraba todo lo anterior, o lo diluía como cuando añadía más agua caliente a un café suave, y comenzaba de cero, sin ataduras y aniquilando también, con ese olvido, todo lo aprendido.

Sin embargo, esta vez era distinto. Era él el que no se había echado atrás y había renunciado al pesaroso trance de decir adiós, mandando un mensaje a última hora en el que pedía excusa y a la vez otorgaba la excusa de, probablemente, un cansancio que no sentía. Sólo era miedo, tremendo pavor a las escenas finales de las películas, esas películas que le habían hecho llorar tantas veces de pequeño cuando en la pantalla partía un tren dejando a alguien que agitaba la mano en el andén, o alguien llegaba corriendo a un aeropuerto para darse cuenta que el avión que pretendía detener ya ha partido. Miedo a la angustia de saber que se cierra otra etapa.

Pero esta vez no. Había decidido ponerse en la calle, con la medianoche cayendo, para dar un último abrazo. No sabía por qué, quizá había sufrido ya lo suficiente vaticinando lo que se avecinaba, y el dolor de la víspera había hecho más liviano el trance. Tan tremendista como siempre, su cabeza seguía dando vueltas al final de etapa, al punto y aparte, hasta esa noche. Se sentó queriendo disfrutar de aquel momento, escuchando como si le fuera la vida en ello, siendo natural, como casi nunca era. Y pasó el tiempo, entre risas, y llegó el momento.

La acera era escenario de un momento temido, pero supieron hacerse los locos y seguir, como últimamente, guardando las lágrimas para la intimidad de un cuarto desmantelado o de una casa silenciosa. Para el público, una escena cotidiana, con espontaneidad y distracciones, sin miradas a los ojos que pudieran desvelar la procesión, que desde hace tiempo, iba por dentro, lentamente y en silencio, esperando el momento de debilidad para salir del templo de su cuerpo. Evitaron las palabras, los apretones más fuertes de la cuenta o las respiraciones temblorosas, y volvieron la espalda. Él giró el cuello una última vez, y de repente le entró una calma que no conocía.

Se alejaban, casi huyendo, buscando nuevos escenarios para nuevas escenas de adioses. Deseando que terminara la obra y cayese el telón. Y entonces él, tan absorto siempre en su mundo que no era capaz de entender cómo funcionan las cosas, comprendió la razón de esa calma. Se había preparado a conciencia para una despedida a la antigua usanza, como hubiese sucedido 5 años atrás, cuando él apenas sabía que autobús coger para llegar a La Cartuja. Pero él ya no era el mismo, y sus patrones, ya arcaicos, se habían desvanecido dando paso a una situación nueva y desconcertante. Sintió mientras el viento de la noche le daba en la cara al cruzar el puente que aquello había sido una despedida sin adiós. Una despedida cuya duración dependía de él exclusivamente, de las ganas con que cogiese el teléfono para llamar. Se sorprendió sin lágrimas, sin sollozos, sin suspiros... y sonrió sabiendo que esta era la primera de una ristra de despedidas sin adioses, porque había dejado de entender el sentido de las despedidas.

Ya no quería deshacerse de nada, desandar lo andado, desprenderse de lo aprendido. Quería guardarlo todo y mostrarlo al mundo, como si acabara de suceder. Y dejar de despedirse para propiciar reencuentros, para extender lazos. Poner el remedio antes que la enfemedad.

Al llegar a su calle, no había apenas coches aparcados. Qué de gente había partido para decir adiós, para dar el portazo que él antes habría dado sin pensar. Ya no se preguntaba "qué iba a ser de él", sino "cómo había podido estar tanto tiempo sin darse cuenta de tantas cosas que se habían ido almacenando en su cabeza para ahora resurgir y hacer de él alguien mejor". Parecía que a esta etapa le quedaba carrete para rato. Si por él fuera...







*Dicho más largo, esto viene a ser la versión extendida del epitafio del cajón de la mesilla de Ana. Sólo nos quitan el lugar. Hallaremos la manera de construir nuevos recuerdos.

miércoles, 1 de julio de 2009

Prefiero ser mar

Buceando por el tuenti, nervioso, esperando una nota que no termina de salir, me topo en el tablón de un amigo que se fue a Milán porque se atrevió a dejarlo todo en España, con una canción de un grupo que solía gustarme pero que hace mucho que no escucho. También hace mucho tiempo que no escuchaba una canción que cuando dice "te echo de menos" no se refiere a aquella chica que vive en mis sueños, y si a aquellos que, sin querer, se han convertido en los imprescindibles que siempre hay que echar en la mochila.

Prefiere el cantante ser el mar y mirar las gaviotas, antes que moverse de una manera estrepitosa. Así estoy yo hoy, mirando el tiempo pasar pero con una extraña tranquilidad que me condena a un futuro solitario, a un futuro de riesgo total. Me encuentro y me temo que me encontraré en el mismo escenario. El decorado se ha envejecido, se ha repintado, se ha ampliado, por un lado hacia la otra ribera del río, por el otro hay trazada una carretera que aún no está delineada. Se sabe que lleva fuera de esta ciudad tan hermosa como egoísta, pero no se sabe hasta dónde, ni en qué lugar están los cambios de sentido, ni si en algún momento no tendrá salida y habrá que volver atrás.

'Inventemos el futuro' decía un anuncio de Repsol que me encanta. Es el momento creo yo. De dejar atrás esta nostalgia que me hace suspirar más de la cuenta (con razón Flora me decía este año que me iba a quedar sin aire), y hacer la maleta. En unos meses, como ya sabéis, me he quedado sin Madrid, sin Pamplona, sin Londres, sin Dublín, sin La Habana, sin Brighton, sin Milán y sin Barcelona. Una a una las he ido eliminando, a unas por lo que simbolizaban para mí, y a otras porque el miedo me ata, de nuevo, a esta ciudad que me retiene. Quizá sea el momento de buscarse la excusa perfecta (o no tan perfecta) para marcharme lejos y labrarme una historia que al fin llene mi vida de cosas emocionantes y que me haga escribir ese libro que siempre dejo a la mitad. Quizá esta vez tenga lo que hay que tener, o se alineen los planetas, quién sabe. Sólo quien se arriesga gana, dicen...