viernes, 31 de octubre de 2008

El verdadero terror de la Noche de los Muertos

En mi afán por castellanizar cada palabra que cojo siempre que tenga su referente en español, hoy me enfrentaba en el telediario con la festividad de Halloween, a la que yo llamo mejor (y de manera mucho más literaria) Noche de los Muertos.


No es esta entrada para exaltarme sobre lo bien o mal que me parece esta fiesta estadounidense felizmente importada para el regocijo de tiendas de disfraces y demás establecimientos escasos de clientela en Sevilla por el poco arraigo del carnaval en la ciudad. Esta parrafada se debe a lo que significa Halloween (yo me disfrazo, o sea que no soy yo nadie para criticar), y a lo que entendemos por terror.


Ayer todos los jóvenes como yo con los que pude hablar sólo me contaban lo que harían o dejarían de hacer en esta noche: los disfraces, las fiestas, el lote, que iba a caer la de Dios, que daban 100% de probabilidad de lluvia... En fin, que no pintaba bonita la cosa. El terror se había apoderado de ellos como si celebraran su propio cumpleaños, como si la fiesta fuera un festival que lleva haciéndose toda la vida.


Pero yo tenía ayer otro concepto del terror. La víspera si que podía haberse convertido en la Mañana de los Muertos. Me desperté, y en el ordenador encontré una noticia impactante: Atentado de ETA en el campus de la Universidad de Navarra. Sin dudarlo, leí la noticia, y la aterradora historia de la llamada de alerta, que hablaba de "una bomba en el campus", pero no decía de que universidad ni de que provincia. En ese momento pensé la barbaridad que suponía desalojar todas las universidades de España al mismo tiempo, teniendo en cuenta que centros como la Fábrica de Tabacos (Rectorado de la Hispalense) es un laberinto de pasillos y puertas difícil de desocupar, y en el que residen más de 5 carreras, entre ellas la abarrotada Derecho.


Imaginé el terror de la policía intentando averiguar la localización de la bomba, y los ví volviéndose locos, ordenando una evacuación a nivel nacional.


Pero la bomba estalló. Junto al edificio central de la Universidad de Navarra, un coche voló en mil pedazos, y el fuego salía de las alargadas y ya destrozadas ventanas de la universidad pamplonica. Miles de estudiantes desalojaban el campus en una extraña quietud, en un orden que nos hace romper en pedazos las imágenes estereotipadas de gente corriendo de las películas de catástrofes. Una muchacha, carpeta en mano, se volvía a observar las llamaradas saliendo del Edificio Central de la institución, sin terminar de entender el porqué.

Recuerdo que hace unos años, cuando iba a empezar la carrera, mis padres pensaron en mandarme a Pamplona a estudiar. "La mejor facultad de Periodismo de España", decían, y era cierto. A punto estuve de marcharme, pero al final se quedó en otra de esas locuras que nunca termino de aceptar.

Ayer sí fue un día de terror, de llamas del infierno, de demonios vestidos de corderos, de llamadas que vaticinan la muerte y de caos. Esta noche, hacemos sólo el paripé, le quitamos hierro al asunto: a todos nos gusta asustar, quién lo niega... El problema está cuando el que asusta no se quita el disfraz cuando acaba la fiesta, y se cree su papel. Un papel que vimos y que no nos gustó, por mucho que quiera hacernos ver que el telón de la función no caerá hasta que del miedo, cedamos.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Del salón en el ángulo oscuro


Resulta extraño. A pesar de que hace meses que mi pobre arpa (Salvatore, como la llama el Osama) se consume y acumula polvo y más polvo a apenas 2 metros de este ordenador en el que paso mis horas muertas, no había reparado en cómo se iba muriendo poco a poco (Los instrumentos se van muriendo poco a poco si nadie los toca, como una mágica confabulación de la naturaleza, que se ensaña con lo que no son ya más que juguetes rotos...).

"Del salón en el ángulo oscuro", como decía la octava rima de Bécquer. En ese mismo sitio en el que había estado desde hace 12 años, el arpa suspiraba, condenada a una etapa de "periodismo enfervorecido" por mi parte. Echada a un lado a la fuerza por mi decisión de dedicarme a la carrera en exclusiva en este quinto año, y eliminada de mi rutina.

Pero ayer sucedió algo. Una compañera mía, magistral arpista de la Sinfónica del Palau de las Arts de Valencia (ese rocambolesco edificio de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, lo que yo llamo Calatravaland), me pidió que le alquilara para un concierto en Sevilla a mi Salvatore. En un principio ni lo pensé: por supuesto que sí. Ayer venía a recogerla mientras yo estaba en la facultad, por lo que yo la había dejado preparada para el viaje (empaquetada en sus 3 fundas acolchadas).

Al volver de la Universidad, yo ya sabía que no estaría allí. Pero al entrar en la sala, algo me faltó. A pesar de todo, la sorpresa fue igual que si no lo supiera. Faltaban en el cubo lleno de aristas de la habitación las lineas sensuales del arpa. Esas que ya formaban parte del bodegón, y de una de las imágenes que pueblan mi memoria.

Me dió un escalofrío no encontrarla allí, y recordé aquello que dicen de que "uno no se da cuenta de lo que quiere algo hasta que lo pierde". Eché de menos su presencia, y podéis pensar que estoy loco por añorar así a un objeto, pero son demasiados años.

De vez en cuando miro atrás y espero hallarla en su rincón, en ese ángulo oscuro, esperando "esa mano de nieve que sepa arrancarla". Y pienso si realmente merece morir poco a poco en ese silencio. Esta noche vuelve del viaje, y ya quiero verla de nuevo en su sitio. Quizá deba darle otra oportunidad, y montar la Tocata y fuga de Joaquín Turina, un proyecto que dejé a medias.

Esta noche cuando vuelva lo meditaré seriamente, al fin y al cabo, ¿Qué artista no echa de menos el cálido aplauso del público cuando termina sudando de interpretar el último movimiento de una sonata?. En ese aspecto si soy soberbio (dicen que es un pecado capital y todo, fíjate tú), me encanta el aplauso que corrobora que lo he hecho bien. De todas formas, a mi parecer, más mezquino es aquel que no reconoce el buen trabajo del otro, quien no es capaz de ver la virtud y premiar el trabajo y el esfuerzo, que es sin duda la base del éxito.

Ya veremos como avanza este nuevo propósito que sumo a la lista de no pocos puntos de "proyectos para este nuevo curso". Voy a tener que dejar de dormir...

viernes, 24 de octubre de 2008

Nuevo blog!

Siento mi tardanza... desde el Día del Pilar tengo abandonada esta mesa del rincón del café, pero esta vez ha sido por una buena causa.

Para mi asignatura de Producción tengo que elaborar un blog temático e informativo. Resulta que he estado trabajando en él, y me está dando bastante trabajo hacer que arranque. Es sobre Sevilla y la música y tooodo lo que la ciudad puede ofertar día a día para demostrar que se ha ganado justamente la calificación de Ciudad de la Música por la Unesco. A lo mejor no es tan entretenido como éste, pero para mis compañeros del Conservatorio Superior Manuel Castillo de Sevilla, o para todo aquel aficionado a la música en la ciudad, es una herramienta que pretendo que se convierta en útil, y sobre todo en didáctica.

La dirección es:
sevilladlibitum.blogspot.com
Si os podéis pasar os lo agradeceré, aunque sea por curiosidad.
Gracias bloggers, y espero que lo próximo que escriba no sea publicidad!

domingo, 12 de octubre de 2008

Mejor... imposible

Esta noche he visto por tercera vez una película que nunca me había llamado la atención: Mejor...imposible. La carismática comedia de James L. Brooks no me había parecido las otras dos veces nada reseñable. Quizá en ello tenía que ver la auténtica aversión que sentía por Jack Nicholson (a quien, por cierto, doblaron en español no con demasiado entusiasmo en El resplandor).

Lo cierto es que esta noche hasta se me ha escapado una lagrimita de esas que no sabes si salen del sueño que tienes o de que la película te ha cogido en un momento tonto. La obra magistralmente interpretada por el terceto Nicholson-Hunt-Kinnear me ha parecido reveladora en esta ocasión. Una pequeña pieza de música de jazz con la que disfrutar como si no la hubieras oído nunca, un libro en el que descubres la palabra perfecta.

El maniático escritor se supera a sí mismo en una transición que le lleva a través de las más de dos horas de filme de ser un crual y despiadado ser humano al que todo el mundo humilla cuando lo echan del restaurante a un tipo bastante majo que a veces resulta hasta encantador. Una camarera ingeniosa y un pintor gay frustrado culminan la escena con un desparpajo y unas miradas de credibilidad increíbles. Kinnear borda su papel de artista arruinado, maldito, pero que mira con esos ojos del que sabe que aún hay esperanza. También Helen Hunt, la camarera pícara que se siente despreciada una y otra vez por Nicholson, y que es redimida a cada instante con su actuación, ofrece un menú cargado de sinceridad y de maravillosa ternura. No me extraña que el tarado que no pisa las líneas de las baldosas "quiera ser mejor persona" desde que la conoció.

Indescriptible el viaje a Baltimore de los tres protagonistas, las historias reencontradas, los ánimos y las decepciones y los caminos cruzados. 139 minutos en los que se teje una maraña de emoción que te hace sonreír en más de una ocasión y que te hace compadecerte y tener ganas de abrazar a cualquiera de los tres. Uno de esos pequeños tesoros que nos ha dado Hollywood y que, como dijeron en su día los críticos, huele a clásico.

Si estáis dispuestos a dejaros sorprender, entrad en ella con la curiosidad de un niño, y probaréis la grata satisfacción de la ternura.

jueves, 2 de octubre de 2008

Luto por el rebelde de ojos azules: el último adiós a Paul Newman

A veces hay mitos que se van, y a casi todo el mundo se le clava una espinita en el alma. Han vivido entre nosotros, en nuestras televisiones, en nuestros cines... sus nombres se han pronunciado siempre referidos a la grandeza y a la magnificencia. Son leyenda por méritos propios. Ese es el caso del indescriptible actor que se marchó el pasado sábado en su casa de Connecticut: Paul Newman.

Ya sabéis por lo que he escrito anteriormente que sabíamos de su "camino a la perdición" desde principios de agosto. Los textos ya estaban escritos, y antes de que me fuera del periódico, el actor de actores ha decidido marcharse.

Para mí, el único actor que quedaba vivo de ese trío maravilloso de estrellas deslumbrantes que formaban Newman, Dean y Brando. Los tres rebeldes, con una fuerza interpretativa que ha pasado a la Historia del Cine, los tres leyenda y cada uno con un final distinto, pero conservando esa dignidad de haber sido verdaderos artistas.




Paul Newman, nacido en 1925 en una familia multiconfesional, tras haber combatido en la Segunda Guerra Mundial, volvió a casa para estudiar interpretación. Los muros de la prestigiosa Universidad de Yale fueron testigos de la formación del galán de ojos azules, que terminó en el Actor's Studio sus clases, en los mismos asientos en los que se habían sentado James Dean o Steve McQueen.

Su primera película, después de probar suerte en el teatro, fue El cáliz de plata, una superproducción de 1954 animada por el éxito de la Ben-Hur de Charlton Heston, en la que Newman interpretaba a un efebo de blanca túnica. Su lanzamiento a la gran pantalla en la que él mismo definiría años después como "la peor película de la década".

Sin embargo, su primer papel de prestigio no llegó hasta 1956, año en el que arrebató a McQueen el papel protagonista de Marcado por el odio, cinta en la que conoció al círculo amoroso de Dean (su amor imposible, Pier Angeli, y el chico que se enamoró de él durante el rodaje de Rebelde sin causa, Sal Mineo).

1958 fue un año con mayúsculas para el actor. Tres películas le harían tocar el cielo de Hollywood. De este año es El zurdo, un filme en el que Newman revitaliza y desmitifica la figura de Billy el Niño; también El largo y cálido verano, en la que comparte escena con Orson Welles y Ángela Lansbury (La bruja novata, Se ha escrito un crimen), y en la que conoció a la que sería su esposa hasta la muerte, la actriz Joan Woodward. Pero sin duda la cinta del año fue la interpretada en una combinación explosiva y grandiosa junto a Elizabeth Taylor, La gata sobre el tejado de zinc, dirigida por Richard Brooks, y a mi juicio una de las películas del siglo.

La pareja perfecta en 'La gata sobre el tejado de zinc'

Tras tanto éxito vino una película que pasó inmerecidamente inadvertida: La ciudad frente a mí (1959), un melodrama que no dió buen resultado en taquilla. Pero la carrera de Newman sigió subiendo al año siguiente con uno de los filmes más costoso y legendarios, Éxodo, una tremenda cinta dirigida por Otto Preminger sobre la creación del Estado de Israel tras la Segunda Guerra Mundial.

Paul Newman defiende al pueblo judío en 'Éxodo'

Pero la vida volvió a darle un palo al carismático actor, y con el estreno de El buscavidas Newman recibió una mala acogida. Algo absolutamente injusto, que con el tiempo se rectificaría, ya que la película creó escuela e inició la tendencia cinematográfica conocida como "cine de perdedores". Los años siguientes pasan bastante bien, pero sin ningún gran logro para el actor. Corresponden a esta etapa Dulce pájaro de juventud, otra obra basada en libro de Tennessee Williams que sufrió tremendas represiones por parte de la censura estadounidense; Cuando se tienen veinte años y Cuatro confesiones, una revitalización versionada de un clásico de Akira Kurosawa.

Una mítica escena del filme 'El buscavidas'


La gloria vuelve en 1966, cuando llega su consagración como estrella internacional en un filme que reinventa un decaído cine negro, Harper, detective privado, en la que deslumbra junto a Lauren Bacall y crea escuela, dando lugar a la trilogía de Frank Sinatra sobre el investigador Tony Rome. Ese mismo año tiene lugar su única pero magistral colaboración con el maestro Hitchcock, Cortina rasgada, que en su momento supuso un fracaso comercial inmerecido, para una película de espionaje genial durante la Guerra Fría junto a Julie Andrews (Sonrisas y lágrimas).

Andrews y Newman en el drama de la Guerra Fría 'Cortina rasgada'

A partir de aquí hay 3 cintas imprescindibles, por lo magistral de su contexto y las colaboraciones. La leyenda del indomable, dirigida por Rosenberg, el director fetiche de Newman durante los 70, está considerada hoy como un clásico del cine carcelario. La segunda es la excepcional Dos hombres y un destino, la primera colaboración con Robert Redford (la otra llegaría con El golpe, todo un fenómeno social) y una muestra del denominado "western crepuscular" que arrasó en los Oscar. La última película es una obra maestra dirigida por John Huston, El juez de la horca, en la que Newman se luce junto a una madura Ava Gardner (considerada en Hollywood como "el animal más hermoso del mundo").

Una mítica imagen de Redford y Newman en 'Dos hombres y un destino'

Tras esta etapa, los setenta los protagonizan las películas llamadas de "cine catastrófico", como una de mis favoritas, El coloso en llamas, en la que Newman (el arquitecto del rascacielos) se enfrenta a un escéptico Steve McQueen (el jefe de bomberos), para entre los dos conseguir evacuar un hotel en llamas de más de 100 plantas. Tras esta, Sydney Pollack llevaría a Newman al drama político con Ausencia de malicia, en la que el actor se acompaña de la polifacética Sally Field (actualmente en la serie Cinco hermanos de la FOX) para interpretar a un cínico político liberal. Otro Sydney, en este caso Lumet de apellido, le dirigiría al año siguiente en Veredicto Final, una prestigiosa cinta en la que Newman es un abogado fracasado que se ve envuelto en un caso que le sobrepasa, un filme de gran solidea que le otorga una de las mejores interpretaciones de su carrera.

Steve McQueen y Paul Newman en un fotograma de 'El coloso en llamas'

En 1985 recibe el Oscar Honorífico por su trayectoria cinematográfica, con la pena de haber sido nominado en nueve ocasiones como mejor actor, y no habelo ganado ni una sola.

Pero el punto álgido de su trayectoria lo alcanza en 1986 y de la mano de Martin Scorsese, cuando revisita el tópico de El buscavidas en El color del dinero, que le valió su primer Oscar (algo inaudito teniendo en cuenta de quién hablamos). Así, es el único actor premiado con un Oscar "en solitario" tras haber ganado el Honorífico. Algo memorable que nos hace reflexionar sobre el valor de un actor como Newman.

Newman y Cruise en 'El color del dinero'


A partir de ahí, su carrera se basa en colaboraciones estelares, como en Al caer el sol junto a Gene Hackman y Susan sarandon; o en Camino a la perdición (2002) junto a Jude Law y Tom Hanks, lo que le valió una nominación a los premios de la Academia como mejor actor de reparto.

Lo último que hizo en relación al cine fue poner voz a la vieja gloria automovilística Doc Hudson en la película de Pixar Cars.

Con la muerte de Paul Newman se cierra una etapa. Con él se acaba la generación de Oro de Hollywood, y se abre una incógnita y un clamor: ¿qué fue de aquel maravilloso cine? ¿dónde quedó? ¿dónde están los actores vocacionales que dan la vida por un papel?. Con Newman lanzo un suspiro al aire: nadie quiere ver morir a sus mitos. No sólo se ha ido un ídolo de masas, también un genio, un intérprete nato, un soñador, un trabajador incansable. Con Newman se apagan las últimas candilejas y se oscurecen los proyectores. El galán de los ojos azules se ha ido, y se ha llevado 83 años de cine con él.

Adiós al Diario...

El martes le dije adiós al Diario de Sevilla. Después de 3 meses cargados de experiencias, de agobios, de frustraciones, de inmensas alegrías y de mucho, mucho aprendizaje, abandono la redacción de la calle Rioja.
Una Bienal de Flamenco, una Bienal de Arte Contemporáneo, un concierto de Madonna, una Noche Larga de los Museos, un ciclo completo de Nocturama, y cada uno de los conciertos (incluido el balance) de las Noches en los Jardines del Alcázar. Restauraciones, simposios, conferencias, conciertos, inauguraciones, representaciones teatrales, danza, estrenos de cine... Tres meses que han dado para mucho a pesar de un mes de agosto en el que sentía que sólo yo quedaba en Sevilla.
Ahora me marcho con mi certificado y esperando la evaluación de mi jefa. Creo que lo he hecho bien, o al menos eso es lo que pienso. Me ha servido para darme cuenta de que todo es poner empeño, y que aunque a veces haga falta intentarlo muchas veces, al final las cosas salen.
Vuelvo a la facultad a hacer este quinto curso de asignaturas de nombres terribles. ¿Las próximas prácticas? Espero que ocupen mis mañanas del segundo cuatrimestre. Por ahora, un poco de descanso, de ese verano que me he perdido.